domingo, mayo 11, 2008


La Cognición Distribuida (II Parte).



Prof. Humberto Maturana Romesín.


Desde esta perspectiva teórica, la cognición se considera como un fenómeno corporizado, es decir, el cuerpo y el mundo con el cual éste se acopla desempeñan un rol fundamental en la explicación de los procesos cognitivos.[1] Donald Norman, quien ha desarrollado el enfoque de la cognición distribuida desde el ámbito de la psicología, señala que tradicionalmente la ciencia cognitiva ha tendido a considerar la inteligencia como descorporizada, una inteligencia abstracta, sin cuerpo y separada del mundo. Esto, a pesar de que los seres humanos operamos dentro de un mundo físico, el cual utilizamos no sólo como fuente de información, sino también como una extensión de nuestro propio conocimiento y de nuestros sistemas de razonamiento. Para Norman[2], el hecho de que nuestra conducta inteligente resulte de la interacción que establecemos con el mundo, así como también de que muchas de nuestras acciones estén mediatizadas por procesos cooperativos que establecemos con otras personas, permite señalar que nuestra inteligencia opera de manera distribuida. Así, en la medida en que nos apoyamos en nuestro entorno para pensar y resolver problemas, el mundo puede ser considerado como una clase de almacén de datos e información, que recuerda cosas por nosotros y guía nuestras conductas. Como señalan Kirsh y Maglio, nuestras acciones en el mundo no sólo tienen como propósito la implementación de un plan o la reacción ante un estímulo, sino que también simplificar la tarea o el problema para optimizar nuestros recursos cognitivos, acciones que denominan epistémicas y entre las cuales se encuentran, por ejemplo, modificar la ubicación de un objeto para recordar algo o hacer un esquema sobre un papel.[3]

Esta reconsideración de la cognición como un proceso distribuido y corporizado, vuelve a validar las premisas en que se basó el trabajo de Jean Piaget, en lo que él denominó epistemología genética, en cuanto a señalar que la cognición se basa en las actividades concretas que realiza un organismo, es decir, es resultado del acoplamiento sensorio-motor. Esta conceptualización, característica del enfoque enactivo desarrollado por Francisco Varela[4], permite comprender cómo la percepción y la acción están estrechamente vinculadas de un modo recursivo, de manera tal que la percepción se puede entender como una acción, que supone coordinaciones sensorio-motoras, orientada por percepciones previas, que en un principio corresponderán a coordinaciones sensorio-motoras de tipo reflejas. Al mismo tiempo, y siguiendo con los aportes de Piaget, estas coordinaciones sensorio-motoras recurrentes dan lugar a la conformación de esquemas sensorio-motores y al desarrollo de nuevas estructuras corporales, que tienen un fundamento neurofisiológico, que harán posible el desarrollo cognitivo del sujeto. Desde esta perspectiva, la percepción y los procesos cognitivos en general, no son fenómenos abstractos, sino por el contrario, son muy prácticos y concretos, pues permiten que un organismo pueda desenvolverse en un determinado ambiente, manteniendo las condiciones que le son necesarias para sobrevivir. Así, conceptualizar la cognición como un fenómeno distribuido no sólo supone dar cuenta del carácter corporizado o encarnado de la cognición, sino que también del alto nivel de dinamismo que ésta debe desarrollar, para permitir la adaptación de un organismo cuya estructura cambia constantemente como resultado de la interacción con un entorno que también está constantemente cambiando. Es este dinamismo, característico de la cognición cotidiana que tiene lugar en la vida de los seres humanos, uno de los aspectos que quiso destacar Edwin Hutchins con la expresión “cognition in the wild”, con la que titula su clásico libro sobre cognición distribuida. En referencia a esta frase, en la introducción del libro, el autor señala: “Tengo en mente la distinción entre el laboratorio, donde la cognición es estudiada en cautiverio, y el mundo cotidiano, donde la cognición humana se adapta a su ambiente natural. Yo espero evocar con esta metáfora el sentido de una ecología del pensamiento.”[5]

No es casual que la intención de Hutchins, con la expresión “cognition in the wild”, recuerde el título que le da Bateson a la compilación de sus trabajos, “Steps to an ecology of mind”, pues la relevancia que para el enfoque de la cognición distribuida tiene el carácter corporizado y dinámico de los procesos mentales hace posible establecer una relación significativa entre sus planteamientos y los de otros enfoques o perspectivas, como la teoría biológica del conocimiento desarrollada por Maturana, el enfoque enactivo de Varela, los planteamientos de Lakoff y Johnson acerca de la corporización de la mente, y en general, con las diversas teorías constructivistas que se desarrollaron en el siglo XX y que, como se ha planteado anteriormente, constituyen los fundamentos del enfoque de la cognición distribuida. Esta cercanía en los supuestos teóricos que están a la base de estos entendimientos, también la advierte Salomon, al explicitar el parecido conceptual entre la filosofía fenomenológica, las ideas de Humberto Maturana y la perspectiva de la cognición distribuida.[6] En la misma línea integrativa se hallan los planteamientos de Andy Clark, para quien el proyecto de Varela, Thompson y Rosch acerca de la corporización de la mente, influenciado por las ideas de Merleau-Ponty, está a la base de la concepción que él mismo ha desarrollado acerca de la ciencia cognitiva.[7]

Los planteamientos de Maturana acerca de la cognición, siguen, de cierta manera, el enfoque ecológico-sistémico desarrollado por Bateson acerca de la mente y las ideas del matemático y cibernético Heinz von Foerster, con quien trabajó en el Biological Computer Laboratorium de la Universidad de Illinois a fines de los años sesenta. Para Maturana, la cognición es un fenómeno biológico, pues su comprensión supone asumir que todos los sistemas vivos son sistemas determinados por la particular estructura biológica que presentan en un momento dado, estructura que cambia constantemente como resultado del conjunto de interacciones en que participan dichos organismos. Es decir, las características que presente un organismo no están determinadas por su genotipo, sino que son el resultado de su ontogenia, que supone una historia recursiva de generar cambios estructurales en otros organismos con quienes convive, de modo tal que la conducta que presente en una situación particular es resultado de la historia de acoplamiento estructural entre el organismo y su entorno.

“Lo humano no es un fenómeno físico, es un fenómeno relacional. Es decir, históricamente lo humano se da y surge en la dinámica de relación de los seres vivos como sistemas autopoiéticos determinados estructuralmente con el origen del lenguaje. Sin embargo, aunque la existencia humana surge en una dinámica determinista, su ocurrir es un fenómeno histórico, y por lo tanto no está predeterminado. (. . .)

Los seres humanos nos configuramos en el vivir en el ámbito acotado por nuestra biología y nos hacemos incluso en nuestra biología según el espacio relacional que vivamos. (. . .) El espacio psíquico humano es el espacio relacional en que nos realizamos los humanos como la clase de seres vivos que somos, de modo que nuestra biología cambia a lo largo de nuestro vivir según el espacio psíquico que vivamos. Hay mucho más que mirar para comprender todos los aspectos de este ocurrir, pero por ahora podemos darnos cuenta de que no podemos desconocer la biología si queremos comprender la vida psíquica humana, y no podemos desdeñar la vida psíquica si queremos comprender todas las dimensiones de nuestra dinámica biológica”[8]

Para Maturana, lo humano emerge como resultado de la interacción social, en este sentido, lo humano surge como un fenómeno distribuido, pues es en la relación con otros miembros de su especie que el homo sapiens adopta el modo de vivir que caracterizamos como humano. Así, las limitaciones biológicas propias de la especie, que acotan el ámbito de las conductas posibles, no definen por sí mismas la forma de vivir de un ser humano, pues dichas limitaciones cambian a lo largo de la historia de interacciones del sujeto, cambios que obedecen tanto a las modificaciones estructurales del propio organismo, dada la plasticidad del sistema nervioso, como a las modificaciones estructurales que se producen en el entorno o nicho donde éste opera. De este modo, las propiedades cognitivas de un ser humano, que se basan en el operar de su sistema nervioso, cambian constantemente como resultado del operar distribuido que éste presenta, distribución que un observador puede distinguir como interna o externa al organismo.

Cabe destacar, al citar los trabajos de Maturana y Varela, quienes fundamentalmente desde la neurobiología hacen sus aportes a la ciencia cognitiva, el carácter eminentemente recursivo que adoptan sus planteamientos sobre la cognición, concibiendo ambos como una totalidad sistémica la relación del sujeto con su medio. Distinguir la cognición como un fenómeno biológico no implica, desde la perspectiva de estos autores, proponer que la cognición se pueda reducir exclusivamente al operar del sistema nervioso, así como tampoco se puede comprender sin considerar las características particulares del operar de éste, alternativa que reduciría la explicación sobre la cognición a factores ambientales, a los procesos de interacción e influencia social, desacreditando al individuo como sujeto o agente cognitivo. Más aún, el intentar dar cuenta de la conducta humana y de los procesos cognitivos descomponiendo esta unidad sistémica sujeto-entorno, sólo generaría una confusión de dominios explicativos, distorsionando el fenómeno que se pretende comprender, pues lo social emerge del actuar coordinado de un conjunto de individuos, quienes a su vez se ven afectados por la dinámica social que co-construyen.

“El cambio social es un cambio en la configuración de acciones coordinadas que define la identidad particular de un sistema social particular. Es por ello por lo que el cambio social no tiene lugar sino cuando el comportamiento de los sistemas vivos individuales que componen el sistema social se transforma, dando nacimiento a una nueva configuración de acciones coordinadas definidora de una nueva identidad para el sistema social. Por supuesto, un sistema en tanto unidad compuesta (y un sistema social es una unidad compuesta) no existe sino por las interacciones de sus componentes, y éstos interactúan por la operación de sus propiedades (…), y de las relaciones de composición en las que dichos componentes participan. De esto resulta que un sistema no cambia si no cambian igualmente las propiedades de sus componentes.”[9]

El enfoque de la cognición distribuida, al enfatizar el carácter socialmente distribuido de los procesos cognitivos, puede hacer pensar en que es posible obviar al individuo en la explicación de la conducta inteligente, constituyéndose así en un enfoque radical. Gabriel Salomon, advierte de esta tendencia al señalar que la idea de las cogniciones distribuidas es novedosa y estimulante, pero que tiene el riesgo de ser llevada muy lejos, olvidando el aporte que cada persona hace al procesamiento cognitivo. Según Salomon, en el enfoque de la cognición distribuida, el individuo ha sido omitido de las consideraciones teóricas, lo cual atribuye a una reacción frente al énfasis excesivo que las teorías psicológicas tradicionales pusieron en él. Este movimiento pendular en los enfoques teóricos de la psicología, se puede advertir también en algunas versiones del construccionismo social, donde todos los fenómenos humanos se intentan explicar desde el ámbito de las relaciones sociales, tendiendo a una suerte de determinismo situacional.[10] Salomon, después de advertir acerca de la imposibilidad de ignorar al individuo en la conceptualización distribuida de la cognición, concluye con una visión similar a la señalada por otros autores, al plantear que las cogniciones distribuidas y las cogniciones de los individuos deben considerarse en su interacción, en una relación de co-dependencia.


[1] Holland, James; Hutchins, Edwin y Kirsh, David. Distributed Cognition: Toward a new foundation for human-computer interaction research. Transactions on Computer-Human Interaction. Vol. 7, N° 2, June 2000. En http://adrenaline.ucsd.edu/kirsh/articles/dcog/dcog.pdf (30/05/07)

[2] Norman, Donald. Distributed Cognition. En Things That Make US Smart, Reading, MA:Addison-Wesley. 1993.

[3] Kirsh, David y Maglio, Paul. On distinguishing epistemic from pragmatic actions. Cognitive Science, 18. 1994.

[4] Varela, Francisco. Connaître: Les Sciences Cognitives, tendences et perspectives. Editions du Seuil, Paris. 1988. Edición en español, Conocer. Editorial Gedisa, Barcelona. 1996.

[5] Hutchins, Edwin. 1995. op. cit. p. XIV.

[6] Salomon, Gavriel. No hay distribución sin la cognición de los individuos: un enfoque interactivo dinámico. En Salomon, Gavriel (comp.). 1993. op. cit.

[7] Clark, Andy. 1997. op. cit.

[8] Maturana, Humberto. Transformación en la Convivencia. Dolmen Ediciones, Santiago. 1999. pp. 194-195.

[9] Maturana, Humberto. Seres Humanos Individuales y Fenómenos Sociales Humanos. En Elkaïm, Mony. 1994. op. cit. p. 123.

[10] Elkäim, Mony. Ecología de las ideas: Constructivismo, construccionismo social y narraciones, ¿en los límites de la sistémica?. Perspectivas Sistémicas. Artículos on line: http://www.redsistemica.com.ar/articulo42-1.htm (30/05/07).

miércoles, febrero 27, 2008

La Cognición Distribuida (I Parte).


Andy Clark


La idea de descomponer los fenómenos o hechos para estudiarlos ha sido un principio fundamental en la tradición de pensamiento occidental, noción que comenzó a ser sistemáticamente cuestionada y teóricamente sustentada desde principios del siglo XX, a lo largo del cual, se advierte una creciente tendencia a integrar el conocimiento desarrollado en diversas disciplinas. La concepción de los teóricos de la psicología de la gestalt y de la escuela histórico-cultural rusa, en cuanto a la necesidad de integrar los fenómenos biológicos y sociales para explicar la conducta humana, se fue consolidando con el desarrollo de la cibernética y de la teoría de sistemas, que permitieron la emergencia de nuevos enfoques y miradas, un cambio de paradigma, como señalara Kuhn. Como un signo de los tiempos, en 1950, Amos Hawley, sociólogo de la Universidad de Michigan, publica su libro “Human Ecology”, donde intenta explicar los fundamentos ecológicos de las estructuras sociales humanas. En este texto, Hawley subraya una idea que será recurrente en el desarrollo de las ciencias humanas, al señalar que:

“La separación biológica no debe confundirse con independencia. (. . .) Los individuos no pueden superar el hecho de su dependencia. Pueden cambiar desde la dependencia de un pequeño número de familiares y vecinos a la dependencia de un gran número de extraños ampliamente distribuidos, pero sin alterar la situación básica. El hombre es inexorablemente dependiente.”[1]

En la misma época, Bateson desarrolla algunos de sus trabajos que compilará en 1972 en su libro “Pasos hacia una ecología de la mente”, en el cual, como ya se ha señalado, propondrá explícitamente una visión ecológica de los procesos cognitivos humanos. Para ilustrar la idea de que los procesos cognitivos no están constreñidos al sujeto aislado, ni menos al interior de éste, Bateson toma como ejemplo la relación que establece una persona ciega con su bastón, preguntándose ¿dónde empieza el yo de la persona ciega?, ¿está la mente del ciego limitada a la mano que sostiene el bastón?, ¿está limitada por la piel?, ¿dónde comienza, en tanto herramienta cognitiva, el bastón del ciego?. Las respuestas a estas preguntas, según Bateson, varían dependiendo del contexto en que se formulen. Para comprender los procesos cognitivos de la persona ciega, su mente, no sólo hay que considerar al hombre y su bastón, habría que incluir también sus intenciones, sus ideas, emociones y las características particulares del entorno donde se encuentre. Desde esta perspectiva, el bastón es un componente fundamental de la mente de la persona ciega cuando se desplaza en la calle, pero muy probablemente no lo es cuando se halla en su casa o cuando se sienta a almorzar, momento en el que el tenedor y el cuchillo reemplazan al bastón. Así, para Cole y Engeström, “la manera en que la mente está distribuida depende decisivamente de las herramientas mediante las cuales se interactúa con el mundo, y estas, a su vez, dependen de los objetivos que uno tiene.”[2]

La idea de que los procesos cognitivos no dependen exclusivamente de la acción de un individuo en particular, sino que se hayan influidos y potenciados por el entorno físico y social en el que éste se encuentre, es el punto de partida del enfoque de la cognición distribuida, que como ya se ha señalado, no es una concepción reciente en el ámbito de la psicología y de la ciencia cognitiva, aunque en algunas ocasiones se intente presentar como un paradigma radicalmente nuevo desarrollado a mediados de los años ochenta.[3] Roy Pea, uno de los autores que ha desarrollado, en el último tiempo, el enfoque de la cognición distribuida, reconoce que esta forma de concebir la cognición o la inteligencia se remonta a los trabajos de Vygotsky, Luria y Leontiev, quienes consideraban que la psicología debía estudiar al ser humano en acción, interactuando con su medio y no al individuo aislado[4]. En dicha interacción, los procesos cognitivos se distribuyen tanto en una dimensión social como material. La distribución social, considera los procesos cognitivos que resultan de las acciones emprendidas junto a otros seres humanos, como la interacción padre-hijo, profesor-alumno o la interacción grupal más amplia como la desarrollada por un equipo de trabajo o una organización empresarial. Esta dimensión social de la cognición distribuida está a la base de algunos conceptos que se han desarrollado y popularizado en el último tiempo, como la noción de CI o mente grupal[5], equipos que aprenden[6] y organizaciones inteligentes[7]. La distribución material de la cognición, por otra parte, alude al uso que las personas hacemos de las características físicas de nuestro entorno y al aprovechamiento de las herramientas y artefactos que hemos diseñado con el propósito de optimizar el cumplimiento de nuestros objetivos, como una agenda, una brújula, un teléfono o un computador.

Para David Perkins, quien fue Co-director del Proyecto Zero de la Universidad de Harvard por muchos años y uno de los teóricos actuales más citados en el ámbito de la cognición distribuida, las principales ideas de este enfoque consideran que:

“1. El entorno –los recursos físicos y sociales inmediatos fuera de la persona- participa en la cognición, no sólo como fuente de entrada de información y como receptor de productos finales, sino como vehículo de pensamiento.

2. El residuo dejado por el pensamiento –lo que se aprende- subsiste no sólo en la mente del que aprende, sino también en el ordenamiento del entorno, y es genuino aprendizaje pese a eso.”[8]

Este énfasis en el carácter distribuido de la cognición, no debe soslayar el especial e importante rol que el cerebro humano desempeña en este proceso, como señala Andy Clark, pues ha sido su particular forma de operar lo que ha permitido estructurar de manera tan sofisticada nuestro entorno, a través de las formalizaciones lingüísticas, lógicas y matemáticas que constantemente usamos, así como también con los múltiples sistemas de memoria externa que la cultura ha desarrollado. Clark, sostiene que quizás el origen y desarrollo de instrumentos lingüísticos y culturales se deba a una pequeña serie de diferencias neurocognitivas, las cuales mediante un proceso de retroalimentación positiva se han potenciado y han permitido alcanzar el complejo grado de desarrollo que actualmente presenta el vivir humano.[9] Así, el modo particular de vivir que los seres humanos adoptamos en nuestra cotidianeidad, que a su vez supone una singular práctica lingüística y cultural, constituye un fenómeno que emerge de la relación recursiva que se da entre el cerebro, el cuerpo y el entorno material y social en el que nos encontramos. El enfoque de la cognición distribuida, pretende constituirse en un modelo teórico que permita explicar esta clase de fenómenos, propios de una mente “escurridiza”, como señala Clark, que se escapa y se mezcla constantemente con el cuerpo y el mundo.


[1] Hawley, Amos. Human Ecology. Ronald Press Company. New York. 1950. Edición en español, Ecología Humana. Editorial Tecnos. Madrid. Segunda Edición. 1966. p. 214.

[2] Cole, Michael y Engeström, Yrjö. 1993. En Salomón, Gabriel. Distributed cognitions. Psychological and educational considerations, Cambridge University Press, London. 1993. Edición en español, Cogniciones Distribuidas. Consideraciones psicológicas y educativas. Amorrortu Editores, Buenos Aires. 1994. p. 37.

[3] Rogers, Yvonne. and Ellis, Judi. Distributed Cognition: an alternative framework for analysing and explaining collaborative working. Journal of Information Technology, 9 (2), 119-128. 1994. En http://www.slis.indiana.edu/faculty/yrogers/papers/dcog/dcog94.pdf (28/04/07). Rogers, Ivonne. A Brief Introduction to Distributed Cognition. Interact Lab, School of Cognitive and Computing Sciences, University of Sussex, Brighton, UK. 1997. En http://mentalmodels.mitre.org/cog_eng/reference_documents/brief%20intro%20to%20dist%20cog.pdf (28/04/07).

[4] Pea, Roy. Prácticas de inteligencia distribuida y diseños para la educación. En Salomón, Gabriel. 1993. op. cit.

[5] Goleman, Daniel. Emotional Intelligence. Bantam. New York. 1995.

[6] Hutchins, Edwin. Cognition in the Wild. MIT Press. Cambridge. 1995.

[7] Senge, Peter. The Fifth Discipline: The Art and Practice of the Learning Organization. Doubleday Currency. New York. 1990.

[8] Perkins, David. La persona-más: una visión distribuida del pensamiento y el aprendizaje. En Salomón, Gabriel (comp.). 1993. op. cit. p. 128.

[9] Clark, Andy. Being there: Putting Brain, Body and World together again. MIT Press, Cambridge, MA. 1997. Edición en español, Estar ahí: cerebro, cuerpo y mundo en la nueva ciencia cognitiva. Ed. Paidós. Barcelona. 1999.

jueves, enero 31, 2008

Gregory Bateson y la Revolución Cognitiva (II Parte).


Clifford Geertz (1926-2006)


La aplicación que Bateson hace de la cibernética, en el ámbito de la epistemología, la ecología, la antropología y la comunicación, permiten también considerarlo como un pionero, e incluso como fundador, en la medida que sentó las bases, de lo que actualmente se distingue como cognición distribuida. Para Bateson, la mente no es una entidad trascendente, desde su perspectiva, los fenómenos mentales son holísticos, inmanentes no sólo a alguna de las partes sino al sistema en cuanto totalidad. De este modo, la metáfora computacional de la arquitectura serial restringe la mirada, al no considerar que “la computadora es siempre sólo un arco de un circuito más amplio, que siempre incluye un hombre y un ambiente, del que se recibe la información y sobre el que tienen efecto los mensajes eferentes que proceden de la computadora.”[1] Sólo del sistema total o conjunto, que incluye computadora y ser humano, puede decirse, que manifiesta características mentales.

“Consideremos un hombre que derriba un árbol con un hacha. Cada golpe del hacha es modificado o corregido, de acuerdo con la figura de la cara cortada del árbol que ha dejado el golpe anterior. Este proceso autocorrectivo (es decir, mental) es llevado a cabo por un sistema total, árbol-ojos-cerebro-músculos-hacha-golpe-árbol, y este sistema total es el que tiene características de mente inmanente.

Más correctamente: tendríamos que formular el asunto como: (diferencias en el árbol)-(diferencias en la retina)-(diferencias en el cerebro)-(diferencias en los músculos)-(diferencias en el movimiento del hacha) etcétera. Lo que se transmite alrededor del circuito son transformaciones de diferencias. Y, como se señaló anteriormente, una diferencia que hace una diferencia es una idea o unidad de información.”[2]

Las ideas multidisciplinarias de Bateson, como él mismo lo señala, emergen de la relación que tuvo con el trabajo de su padre, el genetista William Bateson, de su experiencia en el ámbito de la investigación de campo antropológico, de su participación en las Conferencias Macy, del campo de la psiquiatría en su paso por el Hospital de la Administración de Veteranos en Palo Alto y de su participación en el Mental Research Institute (MRI) de la misma localidad, de su investigación sobre cetáceos y comunicación animal en el Instituto Oceánico de Hawai y de su trabajo en el Instituto de Aprendizaje de la Cultura de la Universidad de Hawai, fundamentalmente. Un contexto distinto, mucho más ligado al ámbito de la antropología y de las ciencias sociales, fue en el que se desarrollaron las ideas del antropólogo estadounidense Clifford Geertz (1926-2006), quien desarrolló en el campo de la etnología un enfoque hermenéutico o interpretativo, que se constituyó en un antecedente importante para el resurgimiento del significado en la ciencia cognitiva, al concebir la conducta como acción simbólica.

“Una vez que la conducta humana es vista como acción simbólica –acción que, lo mismo que la fonación en el habla, el color en la pintura, las líneas en la escritura o el sonido en la música, significa algo- pierde sentido la cuestión de saber si la cultura es conducta estructurada, o una estructura de la mente, o hasta las dos cosas juntas mezcladas. En el caso de un guiño burlesco o de una fingida correría para apoderarse de ovejas, aquello por lo que hay que preguntar no es su condición ontológica. Eso es lo mismo que las rocas por un lado y los sueños por el otro: son cosas de este mundo. Aquello por lo que hay que preguntar es por su sentido y valor: si es mofa o desafío, ironía o cólera, esnobismo u orgullo, lo que se expresa a través de su aparición y por su intermedio.”[3]

Para Geertz, el estudio de los seres humanos debe considerar el contexto sociocultural en que éstos se han desarrollado, pues la evolución del homo sapiens sugiere que no existe una naturaleza humana independiente de la cultura. “Sin hombres no hay cultura por cierto, pero igualmente, y esto es más significativo, sin cultura no hay hombres.”[4] Desde esta perspectiva, Geertz cuestiona los enfoques tipológicos con que clásicamente se ha pretendido hacer un estudio científico de los seres humanos, pues al pretender estos dar cuenta de un ideal o de un modelo de hombre, se afanan en la búsqueda de un tipo de ser humano inmutable, normativo y estático, cuyo resultado se aproxima más a una entidad metafísica que al hombre real, cotidiano, embebido en una cultura particular, que debiera ser el principal objeto de estudio de las disciplinas preocupadas de los fenómenos humanos.

“Llegar a ser humano es llegar a ser un individuo y llegamos a ser individuos guiados por esquemas culturales, por sistemas de significación históricamente creados en virtud de los cuales formamos, ordenamos, sustentamos y dirigimos nuestras vidas. Y los esquemas culturales son no generales sino específicos, no se trata del ‘matrimonio’ sino que se trata de una serie particular de nociones acerca de lo que son los hombres y las mujeres, acerca de cómo deberían tratarse los esposos o acerca de con quién correspondería propiamente casarse; no se trata de la ‘religión’ sino que se trata de la creencia en la rueda del karma, de observar un mes de ayuno, de la práctica del sacrificio del ganado vacuno. (. . .) Así como la cultura nos formó para constituir una especie –y sin duda continúa formándonos- , así también la cultura nos da forma como individuos separados. Eso es lo que realmente tenemos en común, no un modo de ser subcultural inmutable ni un establecido consenso cultural.”[5]

La concepción que tiene Geertz respecto a los fenómenos humanos parece coincidir con la mirada cibernética planteada por Bateson, en cuanto a considerar como unidad de superviviencia al organismo-en-su-ambiente. En el mismo sentido, las ideas de estos autores son coherentes con las expuestas a principios del siglo XX por Dewey, Bartlett y Vygotsky, para quienes toda acción humana tiene como trasfondo un contexto sociocultural, que es necesario tener en cuenta para comprender el significado de dicha acción. La experiencia humana supone un actuar situado, localizado en un contexto, por lo cual su significado hay que buscarlo en la interacción del sujeto, agente de dicha experiencia, con el entorno sociocultural del que forma parte. En este sentido es que Jerome Bruner ha propuesto “la restauración del proceso de construir significados como la esencia de la psicología cultural, de una Revolución Cognitiva renovada.”[6] Una idea similar, aunque con un fundamento teórico más cercano a la neurobiología, se encuentra en los planteamientos de Varela, Thompson y Rosch, para quienes la ciencia cognitiva tradicional debe reorientarse hacia un enfoque hermenéutico, que asuma el carácter interpretativo de todo acto de conocer.

“La intuición básica de esta orientación no objetivista es la perspectiva de que el conocimiento es el resultado de una interpretación que emerge de nuestra capacidad de comprensión. Esta capacidad está arraigada en la estructura de nuestra corporización biológica, pero se vive y se experimenta dentro de un dominio de acción consensual e historia cultural. Ella nos permite dar sentido a nuestro mundo.”[7]

A partir de lo hasta aquí señalado, esta segunda revolución cognitiva supone, utilizando una distinción hecha por Heinz von Foerster, pasar de una ciencia cognitiva que adopta como modelo de estudio a las máquinas triviales, cuyo operar es predecible, a una ciencia cognitiva que concibe al organismo como una máquina no trivial, dotada de autonomía al momento de operar y, por tanto, impredecible. Este giro de la ciencia cognitiva se advierte en la aparición reciente de diversos enfoques, que enfatizan algunas dimensiones de esta revolución, como los enfoques de la cognición corporizada y distribuida.


[1] Bateson, Gregory. La cibernética del “sí-mismo” (self): una teoría del alcoholismo. Psychiatry. Vol. 34, N° 1. 1971. En Bateson, G. 1972. op. cit. p. 347.

[2] Ibíd.

[3] Geertz, Clifford. 1973. op. cit. pp. 24-25.

[4] Ibíd., p. 55.

[5] Ibíd.. p. 57.

[6] Bruner, Jerome (1990) op. cit. p. 73.

[7] Varela, Francisco et al. (1991) op. cit. p. 177.

lunes, diciembre 31, 2007


Gregory Bateson y la Revolución Cognitiva (I Parte).



Gregory Bateson (1904-1980).

El desarrollo teórico y epistemológico que se presentó en el ámbito de la antropología hacia mediados del siglo pasado, donde destacan figuras como Gregory Bateson, Margaret Mead y Clifford Geertz, también puede considerarse como un importante antecedente de esta nueva revolución cognitiva. Como se señaló anteriormente, Gregory Bateson participó activamente en las Conferencias Macy, donde se discutieron y desarrollaron las ideas que llevaron a la formulación de la cibernética, hito del pensamiento occidental que plasmó significativamente el trabajo y las reflexiones de este biólogo, etnólogo y epistemólogo inglés, quien en una conferencia dada en 1966, señaló que a su juicio, “la cibernética es el mayor mordisco al fruto del Árbol del Conocimiento que la humanidad ha dado en los últimos 2000 años.”[1] Para Bateson, el desarrollo de la teoría de la información, de la cibernética y de la teoría de sistemas, permite pensar de una manera totalmente nueva acerca de la mente y de los fenómenos relacionados con ella, acción que es necesaria al considerar el error en el que incurrieron los enfoques teóricos desde los cuales se abordaron antes estas materias.

Desde una perspectiva evolutiva, es fundamental, señala Bateson, advertir que la teoría de la evolución planteada por Darwin, presentaba un grave error en lo que respecta a su definición de la unidad de superviviencia bajo la acción de la selección natural, pues se focalizaba en el individuo, en su familia o en una especie en particular, sin considerar las características y el aporte del entorno o nicho ecológico, que resultan fundamentales para comprender la sobreviviencia de una especie.

“Ahora bien, sostengo que los cien últimos años han demostrado empíricamente que si un organismo o agregado de organismos se pone a trabajar con el interés centrado en la propia supervivencia y piensa que esa es la manera de seleccionar sus movimientos adaptativos, su ‘progreso’ desembocará en la destrucción del ambiente. Si el organismo termina por destruir su ambiente, de hecho se ha destruido a sí mismo. (. . .) La unidad de supervivencia no es el organismo en desarrollo, o la línea familiar, o la sociedad.

(. . .) La flexibilidad del ambiente tiene que ser incluida junto con la flexibilidad del organismo, porque como ya dije antes, el organismo que destruye el ambiente se destruye a sí mismo. La unidad de supervivencia debe ser el flexible organismo-en-su-ambiente.”[2]

Las aplicaciones que Bateson hace de la cibernética y de la teoría de sistemas, no sólo permiten conectar sus ideas con las desarrolladas por Dewey, los teóricos de la gestalt y los enfoques cognitivos europeos, en cuanto a considerar la relevancia que tiene la interacción del sujeto con su entorno, sino que también por el hecho de considerar que en dicha interacción, el sujeto tiene un rol activo, que lo lleva a construir una particular realidad al procesar las diferencias que perturban a sus órganos sensoriales, conceptualización que explícitamente cuestiona los enfoques mecanicistas del procesamiento de la información.

“La distinción que suele trazarse entre percepción y acción aferente y deferente, entrada y salida, no es válida para los organismos superiores en situaciones complejas. Por otra parte, casi cualquier ítem de acción puede ser informado al sistema nervioso central, sea por un sentido externo o por un mecanismo endoceptivo, y en este caso el informe sobre este ítem se convierte en una entrada. Y por otra parte, en los organismos superiores la percepción de ninguna manera es un proceso de mera receptividad pasiva, sino que, en parte al menos, está determinada por un control eferente que procede de los centros superiores. La percepción, notoriamente, puede ser modificada por la experiencia.”[3]


[1] Bateson, Gregory. De Versalles a la cibernética. Conferencia pronunciada el 21 de Abril de 1966 en el Simposio de los Dos Mundos en el Sacramento State Collage. En Bateson, Gregory. Steps to an Ecology of Mind. Chandler Publishing Company. Nueva York. 1972. Edición en español, Pasos hacia una Ecología de la Mente. Ed. Planeta. Buenos Aires. 1985. p. 507.

[2] Bateson, Gregory. Efectos del propósito consciente sobre la adaptación humana. Conferencia Wenner-Gren. Austria. 1968. En Bateson, G. 1972. op. cit. pp. 481-482.

[3] Bateson, Gregory. Las categorías lógicas del aprendizaje y la comunicación. 1964. En Bateson, G. 1972. op. cit. p. 322.

jueves, noviembre 29, 2007


La Segunda Revolución Cognitiva: El resurgimiento del significado.


Jerome Bruner (Psicólogo Fundador del Centro de Estudios Cognitivos de Harvard)


El positivismo planteado por Comte en el siglo XIX, la tradición filosófica empirista y el afán de convertir a la naciente disciplina en una ciencia, se encarnaron en la figura del psicólogo estadounidense John Watson, quien en 1913, al publicar un artículo titulado “Psychology as the behaviorist views it”, funda la psicología conductista, según la cual había que despojar a la psicología de todos los conceptos de índole mental, como la intencionalidad, los estados emocionales y las vivencias o experiencias personales. La psicología se dedicaría a estudiar sólo la conducta observable y los estímulos reales y objetivos que la provocaban. De este modo, para explicar la conducta, la psicología no debía hacer referencia a ningún ser humano en particular, llegando a ser incluso irrelevante que la investigación se desarrollara con seres humanos o con animales. Según Watson, “la psicología desde la perspectiva conductista es una rama experimental de la ciencia natural puramente objetiva. Su objetivo teórico es la predicción y el control de la conducta. (. . .) El conductista, (. . .) reconoce que no hay una línea divisoria entre el hombre y las bestias.”[1]

En la misma época en que Watson aspiraba a hacer de la psicología una ciencia siguiendo el modelo lineal-causal de la física clásica, en Europa, el lingüista suizo, Ferdinand de Saussure, fundador de la lingüística estructural, intentaba convertir el lenguaje en el objeto específico de una ciencia, con su ya clásica distinción entre la lengua y el habla. Así, la lingüística, se dedicaría exclusivamente al estudio de la lengua, poniendo entre paréntesis, el problema de la relación del lenguaje con la realidad.[2]

Esta concepción de la lingüística estructural, cambia profundamente la forma tradicional de abordar estas materias, pues anteriormente, la discusión filosófica se hallaba en la relación entre signum y res, es decir, en la relación de significado. Esta nueva ciencia, al excluir de la definición de signo cualquier referencia a un dominio extralingüístico, conlleva una crítica radical, a juicio de Ricoeur, tanto a la noción de sujeto como a la de intersubjetividad.

“En la lengua, podría decirse, nadie habla. La noción de ‘sujeto’, al ser desplazada al ámbito del habla, deja de ser un problema lingüístico para recaer en el terreno de la psicología. La despsicologización radical de la teoría del signo en el estructuralismo une, en este punto, sus efectos a las demás críticas, de origen nietzscheano o freudiano, del sujeto reflexivo, y entra a formar parte del gran movimiento que se ha llamado a veces la crisis e incluso la muerte del sujeto.”[3]

La desaparición del sujeto, en el ámbito lingüístico, implica también la desaparición de los otros sujetos, de todos los otros, hacia los que se dirige el habla. Si no hay un sujeto que hable, ni hay un otro que responda, tampoco hay una relación o interacción entre sujetos que permita la aparición del diálogo. Así, la lingüística estructural excluye de sus preocupaciones, a modo de epojé, el tema de la comunicación interpersonal y el uso social del lenguaje, en su intento de hacer del lenguaje un objeto de estudio científico. Con este mismo propósito, la psicología estadounidense, durante más de cuarenta años, eliminó al sujeto, al individuo, de su ámbito de competencia, situación que también se presentó en otras disciplinas, como la antropología.

En medio del escenario de hegemonía computacional, que se desarrolló fundamentalmente en los Estados Unidos con la revolución cognitiva, volvió a surgir una fuerte corriente antimentalista, que pretendía erradicar de la ciencia cognitiva los llamados “estados intencionales”, como creer, desear o comprender; y con ellos, la noción de sujeto o agente, dado que estos conceptos suponen la existencia de estados intencionales que orientan la acción. De esta manera, para Pozo, el enfoque computacional “a pesar de su apariencia revolucionaria, es profundamente continuista con la tradición del conductismo.”[4]

Así como para Ricoeur, la lingüística estructural, en su afán de cientificidad, excluye precisamente aquello que es esencial del lenguaje, el acto de hablar, para Jerome Bruner, la psicología, con el mismo propósito, dejó de lado una característica esencial del ser humano, el acto de buscar un significado, un sentido, a la experiencia vivida. La ciencia cognitiva, en sus comienzos, no sólo obvió el conocimiento que se había gestado en otros ámbitos, como la física y la biología, sino también, los desarrollos iniciales y los planteamientos teóricos que habían formulado los principales fundadores de las disciplinas que la constituían. Para la ciencia cognitiva, en especial para la psicología estadounidense, la historia había dejado de ser significativa.

“No cabe ninguna duda de que la ciencia cognitiva ha contribuido a nuestra comprensión de cómo se hace circular la información y cómo se procesa. Como tampoco le puede caber duda alguna a nadie que se lo piense detenidamente de que en su mayor parte ha dejado sin explicar precisamente los problemas fundamentales que inspiraron originalmente la revolución cognitiva, e incluso ha llegado a oscurecerlos un poco.”[5]

A mediados del siglo XX, un grupo de investigadores de diversas disciplinas, consideraron que no era posible pagar un precio tan alto en aras de este anhelo de crear una ciencia objetiva, ya sea en el ámbito de la lingüística, de la antropología o en el de la psicología. ¿De qué servía una ciencia del lenguaje que no considerara la práctica cotidiana, el uso humano, del lenguaje?, ¿para qué una psicología que no diera cuenta de la experiencia humana en el diario vivir?, ¿era viable una lingüística y una psicología sin sujeto, sin agente?. El mismo Jerome Bruner, quien fue un importante actor en la revolución cognitiva de 1956, señala, que recuperar “la mente” en las ciencias humanas, y con ella el estudio del significado en la experiencia cotidiana, era el objetivo que pretendían los gestores de la revolución cognitiva, hacia mediados del siglo XX.

“Creíamos que se trataba de un decidido esfuerzo por instaurar el significado como el concepto fundamental de la psicología; no los estímulos y las respuestas, ni la conducta abiertamente observable, ni los impulsos biológicos y su transformación, sino el significado. (. . .) Su meta era descubrir y describir formalmente los significados que los seres humanos creaban a partir de sus encuentros con el mundo, para luego proponer hipótesis acerca de los procesos de construcción de significado en que se basaban. Se centraba en las actividades simbólicas empleadas por los seres humanos para construir y dar sentido no sólo al mundo, sino también a ellos mismos”[6]

De acuerdo a diversos autores[7], a principios de los años ochenta se fue gestando una nueva edición de la revolución cognitiva, que vuelve a considerar al sujeto como agente de sus procesos cognitivos, rescatando el carácter constructivo y dinámico de la experiencia y de los significados. Entre los antecedentes de esta segunda revolución, se hallan las limitaciones que manifestaba la arquitectura serial o clásica y la reconsideración que se fue haciendo de los planteamientos formulados en la primera mitad del siglo XX por la filosofía y la psicología europea. Esta recuperación histórica, que incluye a los teóricos de la gestalt y a personajes como Dewey, Piaget, Vygotsky, Gadamer, Merleau-Ponty y Bartlett, entre otros, resultó particularmente difícil, dadas las grandes diferencias que estas ideas, y los supuestos que subyacen a ellas, tienen con los que caracterizaron al enfoque dominante o hegemónico en la ciencia cognitiva.[8]

En el caso de la psicología cognitiva europea, que podría caracterizarse como una psicología sistémica u organicista, ésta considera que su unidad de análisis son las totalidades, la relación del individuo con su entorno, no pudiéndose reducir la unidad de estudio al análisis de los elementos constituyentes. Los planteamientos de la psicología de la Gestalt, de Dewey, Bartlett, Piaget y Vygotsky, adoptan un enfoque constructivista, según el cual, la estructura cognitiva del sujeto, que es de carácter dinámico, juega un rol fundamental en la interpretación que éste hace de la realidad y en los significados que va gradualmente construyendo.

“Existe por tanto un rechazo explícito del principio de correspondencia o isomorfismo de las representaciones con la realidad. Situadas en una tradición racionalista, estas teorías no creen que el conocimiento sea meramente reproductivo, sino que el sujeto modifica la realidad al conocerla. Esta idea de un sujeto ‘activo’ es central a estas teorías.”[9]

Estos enfoques sistémicos-organicistas, coherentes con los planteamientos de la cibernética, rechazan la concepción estática de los enfoques mecanicistas clásicos, al considerar que los organismos son entidades dinámicas, que están en constante cambio como resultado de interactuar continuamente con su entorno. Así, los cambios estructurales que presenta un organismo a lo largo del tiempo, que pueden concebirse como aprendizajes, son procesos naturales y característicos de éste, que no se pueden obviar y de los cuales es necesario dar cuenta al intentar explicar su conducta.


[1] Watson, John. Psychology as the behaviorist views it. Psychological Review, 20, 158-177. 1913. En http://psychclassics.yorku.ca/Watson/views.htm (10/01/07)

[2] Ricoeur, Paul. Philosophie et langage. Revue philosophique de la France et de l’Étranger, vol. CLXVIII, Nº 4, 1978. En Ricoeur, Paul. Historia y Narratividad. Ed. Paidós, Barcelona. 1999.

[3] Ibíd. p. 44.

[4] Pozo, Juan. Teorías Cognitivas del Aprendizaje. Ediciones Morata, Madrid. 1989. p. 56.

[5] Bruner, Jerome. Acts of Meaning. Cambridge: Harvard University Press. 1990. Edición en español: Actos de Significado: Más allá de la Revolución Cognitiva. Editorial Alianza, Madrid. 1991. p. 27.

[6] Ibíd. p. 20.

[7] Bruner, Jerome. Acts of Meaning. Cambridge: Harvard University Press. 1990. Edición en español: Actos de Significado: Más allá de la Revolución Cognitiva. Editorial Alianza, Madrid. 1991. Gardner, Howard. The Mind's New Science: A history of the cognitive revolution. New York: Basic Books. 1985. Edición en español, La Nueva Ciencia de la Mente. Ed. Paidós, Barcelona. 1987. Harré, Rom. Gillett, Grant. The Discursive Mind. Ed. Sage. California. 1994. Martínez, Miguel. Comportamiento Humano: Nuevos Métodos de Investigación. Ed. Trillas, México. 1989. Pozo, Juan. Teorías Cognitivas del Aprendizaje. Ediciones Morata, Madrid. 1989. Varela, F., Thompson, E., Rosch, E. The Embodied Mind: Cognitive Science and Human Experience. MIT Press, Cambridge, Mass. 1991. Edición en español, De Cuerpo Presente: Las ciencias cognitivas y la experiencia humana, Ed. Gedisa, Barcelona. 1997.

[8] Pozo, Juan. op. cit.

[9] Ibíd. p. 57.