lunes, junio 19, 2006

Si la voluntad fuera de cobre….


En nuestro medio social, el discurso dominante acerca del desarrollo está restringido a un tipo de desarrollo económico que supone que “más es siempre mejor”, confundiendo implícitamente cantidad con calidad. Es tan potente la fuerza de este discurso, que pocas veces reflexionamos acerca de su veracidad y simplemente lo adoptamos como “la forma correcta de entender el desarrollo”.

Como psicólogo, mi sesgada experiencia clínica y académica me ha llevado a focalizarme en un tipo distinto de desarrollo, que si bien no tiene mayor costo económico, sí tiene un mayor costo personal. Me parece que este desarrollo alternativo, a falta de un mejor nombre, es uno de los más necesarios y quizás el menos atendido.

Dos ámbitos fundamentales en el desarrollo de nuestro país son la educación y la salud, en ambos, las verdaderas reformas no pasan sólo por la cantidad sino fundamentalmente por la calidad. La aplicación de este modelo de desarrollo alternativo es urgente.

En Chile, la prioridad ya no es tener más educación, sino que ésta sea de mejor calidad. Todavía algunos creen que la reforma educacional corresponde a la extensión de la jornada escolar. Más horas de clases no tienen ningún sentido si se sigue haciendo más de lo mismo, no se necesita enseñar más materias, sino ayudar a que los alumnos aprendan a ser curiosos, creativos y críticos. Necesitamos profesores que sepan aplicar las materias que enseñan, que sean innovadores, reflexivos, que puedan integrar y darle sentido a los conocimientos que tienen. Necesitamos profesores que quieran aprender y que estén dispuestos a compartir con sus alumnos sus experiencias, que quieran pensar y que tengan la voluntad de dejar de dictar materias. La disposición a pensar, a ser creativos, a reflexionar, no se compra, se cultiva desde la infancia y se debe promover en la formación profesional.

La educación y la salud mental de nuestros niños y niñas, requiere que éstos puedan crecer en un ambiente seguro, donde se sientan queridos y respetados, donde se atiendan sus necesidades afectivas y cognitivas. Los niños necesitan ser escuchados, acariciados, comprendidos en su ser niños y no ser sometidos a un sistema que los estresa y que no respeta ni valora la infancia, ni el juego ni la diversión. Necesitamos padres que deseen estar con sus hijos, jugar y entretenerse con ellos, que estén dispuestos a cuidar la delicada salud mental de los menores y que cuenten con las condiciones laborales que se los permitan. Necesitamos padres comprometidos, que le exijan a las escuelas y colegios contar con profesores competentes. Requerimos también de un gobierno que esté dispuesto a asumir el costo político de exigir un servicio de calidad a las instituciones educacionales. La disposición a estar con los hijos, el evitarles a éstos tensiones innecesarias, la voluntad de defender el derecho de los niños a recibir una educación de calidad, de ofrecer un trabajo digno y bien remunerado, asumiendo el costo de disminuir en algo las utilidades, no son condiciones que se puedan comprar.

Uno de nuestros principales objetivos debiera ser, a mi parecer, el desarrollo de la buena voluntad. Si la voluntad fuera de cobre, en este país, las instituciones funcionarían en plenitud, los padres velarían realmente por la salud y la educación de sus hijos, contando con el apoyo del gobierno y de todos los actores sociales; habrían más fuentes laborales, siendo éstas dignas y mejor remuneradas; el trabajo se haría mejor y en menos tiempo, lo cual permitiría disminuir costos y compartir más con la familia y amigos. Viviríamos un mundo distinto si tuviéramos la voluntad de destacar los aspectos positivos de quienes nos rodean, si tuviéramos la voluntad de contribuir al bienestar de los demás. La voluntad no es de cobre...tenemos la responsabilidad de empezar a cultivarla en aquellos ámbitos que son realmente fundamentales para nuestro bienestar. La calidad de vida no pasa sólo por tener más, sino que fundamentalmente por tener la férrea voluntad de vivir bien junto a los demás.

domingo, junio 18, 2006

Educar, ¿Para qué?.

Artículo publicado en El Mercurio de Valparaíso el 28 de Marzo del 2006.


Se hablaba de construir un reformatorio para muchachos, y se solicitó el parecer de un célebre experto en educación. Este hizo un apasionado alegato a favor de unos métodos educativos humanos en el reformatorio, urgiendo a los fundadores a no escatimar medios para conseguir los servicios de unos educadores bondadosos y competentes.

Y concluyó diciendo: ‘Con lograr salvar a un solo muchacho de la depravación moral, ya habrán quedado justificados los gastos y los esfuerzos que se inviertan en una institución de este tipo’.

Posteriormente, un miembro de la junta directiva le dijo: ‘¿No ha estado usted ligeramente exagerado? ¿Cree de veras que el salvar a un solo muchacho justificaría todos los gastos y esfuerzos?’

‘Si se tratara de mi hijo, sí.’, fue la respuesta.

Anthony de Mello.

En una reciente columna aparecida en la prensa, el destacado experto en educación, Sr. Ernesto Schiefelbein, nos invita a reflexionar acerca de los dilemas que enfrenta la educación chilena para dejar de constituirse en una seria limitación a nuestro desarrollo social. En dicho artículo, se pregunta: “¿"Cuidar" a los niños de 0 a 5 años mientras los padres trabajan (más de lo mismo ofrecido hasta ahora) o "estimular" su desarrollo intelectual y creativo?, ¿Conviene "vender" la educación pública (como lo sugieren comentaristas y un rector) o resolver los problemas que limitan hoy los niveles de aprendizaje?”.

Me parece que es necesario cuestionarse si como sociedad tenemos la pasión que manifiesta el experto en educación mencionado en el texto del sacerdote jesuita Tony de Mello. ¿Estamos dispuestos como sociedad chilena a salvar a nuestros hijos?, ¿estamos todos los chilenos dispuestos a asumir los costos de “estimular” el desarrollo intelectual y creativo de nuestros niños y no sólo cuidarlos?, ¿tenemos realmente la disposición política para invertir al menos el 6% de nuestro PIB en materia educativa, porcentaje mínimo que señala el Sr.Matsuura, Director General de la Unesco, como necesario?, ¿están las empresas chilenas dispuestas a invertir en investigaciones que ayuden a resolver los problemas que limitan los niveles de aprendizaje?.

Al intentar responder estas preguntas surgen otras aún más básicas, ¿sabemos cómo estimular el desarrollo intelectual y creativo de nuestros niños y niñas?, ¿saben realmente los “profesionales” de la educación lo que significa el desarrollo cognitivo?. Los resultados de las evaluaciones indican que al parecer no hay mucha claridad en estas materias.

Mi hipótesis es bastante simple, si no sabemos, todos los agentes involucrados, lo que significa el desarrollo cognitivo, si no sabemos estimular el aprendizaje, la creatividad y los procesos mentales en general, es muy difícil que superemos realmente los bajísimos niveles de calidad que presenta la educación chilena.

Se habla mucho de educación, pero creo que se entiende muy poco lo que significa, más allá de las frases típicas. Son muchos los colegios que intentan vender la idea de una “educación integral”, poco nos preguntamos qué quieren decir con eso, ¿hacer deportes?, ¿impartir clases de religión?, ¿enseñarles a navegar por internet?, ¿enseñarles una segunda lengua?. Algunos ofrecen incluso “altos estándares de calidad”, sin ni siquiera estar certificados. Quizás se refieren a que algunos de sus alumnos obtuvieron altos puntajes en el SIMCE y en la PSU, ¿es eso una educación de calidad?, ¿qué otros indicadores tenemos los padres para evaluar la calidad del servicio educacional que ofrece la institución a quien le confiamos nuestro futuro?

Hace ya varios años, en un texto que ya es un clásico, uno de los importantes pensadores del siglo XX, el biólogo chileno Humberto Maturana se preguntaba: ¿para qué queremos educar a nuestros hijos?, ¿cuál es el proyecto de vida que deseamos ofrecerles?, ¿qué tipo de seres humanos deseamos construir a través de la educación?, ¿qué tipo de mundo queremos diseñar para los próximos años?. Intentar responder explícitamente a estas preguntas considero que no sólo es una necesidad, sino un deber ético y de transparencia mínimo para todas las instituciones responsables del proceso educativo, partiendo por supuesto desde la Presidencia de la República. Sin embargo, intentar responder estas preguntas no sólo es necesario a nivel institucional, sino también en el ámbito personal y familiar.

La educación no es sólo responsabilidad del gobierno y de los profesores, debemos comprender que la educación fundamental es la informal, la que se da en nuestras interacciones cotidianas, en la familia, en el barrio, y es, por tanto, responsabilidad de cada uno de los miembros de nuestra sociedad. Debemos todos preocuparnos de aprender cómo educar a nuestros niños y niñas, necesitamos que todos los chilenos alcancen un nivel educacional que les permita comprender lo que es el desarrollo cognitivo, la importancia de cuidar y proteger a las mujeres embarazadas, lo delicados que somos los seres humanos durante nuestros primeros años de vida, la trascendencia que tiene para todos el vivir en un ambiente sano y amoroso.

Como señala el Dr. Humberto Maturana, debemos educarnos para aprender a vivir armoniosamente con nuestro entorno, para hacernos socialmente responsables de nuestra forma de vivir. Creo que la educación nos puede permitir, en un futuro próximo, si estamos realmente dispuestos, aprender a pensar y sentir de un modo tal que el vivir en un mundo pacífico, justo y amoroso deje de ser una utopía y se convierta en una realidad para las próximas generaciones.

¿Paternidad o Amistad?: El temor de asumirse como padres.


Artículo publicado en Chile.com en Enero del 2006.

- “Más que un padre soy un amigo de mis hijos.”

- “Con mi hija somos verdaderas amigas.”

Estas afirmaciones que con tanta frecuencia se utilizan y aceptan para caracterizar la relación de los padres y las madres con sus hijos e hijas, ocultan una idea que puede resultar muy nociva para la dinámica familiar y social, así como también eventualmente peligrosa para la salud mental y física de los miembros más vulnerables de la familia, los hijos e hijas.

Estas expresiones, que en algunos casos pueden ser muy inocentes, seguramente obedecen al hecho de que la paternidad y la amistad se basan en la emoción del amor, esto es, como señala Humberto Maturana, una emoción que permite aceptar al otro como legítimo otro, respetando la diversidad natural que se da entre los seres humanos. Así entendido, el amor es la base de cualquier amistad, todos esperamos que los amigos nos acepten y respeten tal como somos, sin mayores condiciones.

Lamentablemente, cuando no se distingue el carácter metafórico de la “paternidad como amistad” y este “amor de amigos” se lleva directamente al ámbito de la relación padres e hijos, lo que suele ocurrir, es que los hijos ganan un amigo o amiga, al mismo tiempo que pierden a su padre o a su madre.

El amor en que se basa la paternidad, el amor filial, no es el mismo amor que se da entre los amigos, así como tampoco es el mismo amor que se da entre los miembros de una pareja. A diferencia de éstos, el amor filial, padres-hijos, no se da entre personas que son pares, que están al mismo nivel o a la misma altura. Padres e hijos no son iguales, ser adulto y ser niño o niña no es lo mismo. Reconocer y aceptar estas diferencias es fundamental en la relación de paternidad, condición que no se cumple cuando se trata a los hijos como amigos.

El rol de la familia y de los padres es la crianza y protección de los hijos. La educación, supone una relación donde los niños y niñas aprenden a vivir y a convivir en un medio social que les es desconocido, en un primer momento. El rol de los padres es acompañar y apoyar a sus hijos en una etapa de la vida en que éstos son absolutamente vulnerables, dándoles seguridad y afecto, creando las condiciones para que aprendan a adaptarse a este mundo en el que nacieron.

La crianza, el cuidado de un menor, no ha sido, ni es, ni será, una tarea fácil y sencilla, muy por el contrario, es quizás una de las labores más complejas, sacrificadas y de mayor responsabilidad, por las consecuencias que tiene, a las que nos vemos sometidos los seres humanos. De esto último deriva el temor que esta difícil tarea suele inspirar.

Que los niños y niñas aprendan a vivir y a convivir en un medio social, supone que tienen que aprender a distinguir lo que se puede y no se puede hacer en esta comunidad humana en particular. El hecho de vivir con otros requiere que impongamos ciertos límites a nuestras conductas, limitaciones que han pasado a constituir las normas sociales y las leyes, sin las cuales sería imposible nuestra convivencia social. Como sociedad, necesitamos que nuestras hijas e hijos, nuestros niños, conozcan la importancia de las limitaciones sociales, las comprendan, las valoren y respeten. Necesitamos que los niños y niñas aprendan a tolerar la frustración que supone el no poder hacer todo lo que uno quiere en un momento determinado. El no conocer la frustración, no aprender a tolerarla por no haberla experimentado, hace a los niños y niñas mucho más vulnerables al sufrimiento y a las llamadas “enfermedades mentales”, como la depresión y los trastornos de ansiedad.

El “poner límites”, “restringir la conducta”, “frenar nuestros deseos”, son ideas que, por diversos motivos, suelen tener una connotación negativa en nuestro medio. Por mucho tiempo, en nuestro país, la disciplina, la represión, la censura y el atentado a los derechos humanos más básicos fueron sinónimos. Para muchos padres, darles “plena libertad” a sus hijos es un principio fundamental. Algunos también creen que amar a los hijos supone dejarlos hacer lo que quieran, ser absolutamente incondicionales con ellos. Para otros padres, el sentirse culpables de estar todo el día fuera de casa trabajando los incapacita para ejercer cualquier tipo de autoridad. Lo mismo sucede cuando los padres se separan y se sienten culpables por el dolor que esta situación les generó a los hijos, ni hablar si además creen en los mitos de los “hijos de padres separados”.

El temor de los padres de “hacer sufrir” a sus hijos, de exponerlos a la frustración, de limitar sus actividades, de perder el cariño de éstos, de ser mal evaluados, de “traumarlos” o enfermarlos si los sancionan, hace en la práctica que los padres opten por ser “amigos” de sus hijos e hijas, tener con ellos una relación “muy buena onda”, opción que, muchas veces, tiene como costo dejar a estos niños sin un adulto que realmente los eduque, que los contenga, es decir, sin padres.

Los padres tenemos que aceptar lo ingrato que en ocasiones puede resultar ejercer nuestro rol. Nuestros hijos no siempre valorarán los criterios que tenemos para tomar ciertas decisiones que los afectan directamente, siendo esperable que así sea. Actuar como padres no es siempre una tarea gratificante en lo inmediato. Sin embargo, nuestros hijos necesitan tener padres que actúen como padres y no sólo como amigos.

Son muchos los jóvenes que tanto en mi experiencia clínica como académica me han manifestado ideas tales como: “Quisiera que mi papá en algún momento me dijera que no”, “Mis papás ni se enteran dónde estoy ni a la hora que llego, eso yo lo decido”, “Siempre me dieron todo lo que quería”, “Quiero una mamá y no una amiga que baile al lado mío en un pub”. Estas frases suelen ir acompañadas de expresiones de pena, dolor y también algo de rabia. Lejos de lo que pudiera pensarse, el adolescente no suele interpretar como amor el hecho de que sus padres le dieran total autonomía a temprana edad, sino como falta de preocupación, como dejación, como negligencia, como desinterés. Esta vivencia de “falta de amor” es la que suele estar a la base de nuestras enfermedades, de nuestros miedos y, en general, de todo aquello que nos hace sufrir, impidiéndonos disfrutar de la vida.

Creo que nuestra sociedad necesita con urgencia de padres y madres valientes, así como también de profesores y profesoras que se atrevan a complementar eficiente y eficazmente el rol educador de la familia. Necesitamos hombres y mujeres valientes que se atrevan a amar y una sociedad que esté dispuesta a asumir todos los costos que pueda implicar alcanzar este fundamental objetivo.