domingo, agosto 24, 2008

Cognición y Discurso Narrativo (II Parte).


Prof. William Labov (1927- ).


Si bien las formas de narración oral y escrita son las más conocidas y tradicionales, también se puede entender la expresión corporal y gestual como un medio narrativo. De hecho, el caminar, el vestir y la mirada de una persona, nos pueden “contar algo” acerca de ella. Ochs, plantea que las representaciones pictóricas también se podrían considerar como “narraciones comprimidas”, interpretación que, análogamente, se puede extender a las obras musicales. En todos estos casos, la narración no surge de la acción misma ni de la obra, sino que emerge de la interacción del autor del relato, cuadro o sinfonía, con el público que lo atiende, configurándose una suerte de coautoría, la que resulta muy evidente en las narraciones conversacionales. En este mismo sentido, Ricoeur señala que “el texto se hace obra en la interacción de texto y receptor.”[1]

Desde un enfoque cognitivo distribuido, es en este carácter interaccional donde debe situarse la discusión acerca del significado o de la semántica del discurso, dado que éste no es un texto huérfano escrito en la pizarra del lógico, como señala Bruner, sino el resultado de una interacción social. De esta manera, para intentar dar cuenta del discurso, resulta útil adoptar la denominada “metáfora del diseño”[2], según la cual, el hablante o autor se convierte en una suerte de arquitecto o diseñador, cuya obra, el texto, se debe considerar como un diseño que orienta la construcción que realiza el oyente o lector, a partir de sus propio esquemas cognitivos, y no una construcción totalmente terminada. El significado, así entendido, no está en la obra ni en el texto mismo, sino en las convenciones, socialmente construidas, esquemas cognitivos, que comparten el autor y su público. Es éste el sentido de significado que Bruner propone rescatar para la psicología y para la renovación de la Revolución Cognitiva y que, al mismo tiempo, le da a la narración, la relevancia que ésta tiene al momento de intentar dar cuenta de la experiencia humana.

En un clásico artículo de 1967, William Labov y Joshua Waletzky, plantean que narraciones como los mitos, cuentos, leyendas e historias, parecen ser el resultado de la combinación y desarrollo recursivo de estructuras narrativas más simples o básicas, que nos remiten finalmente a las versiones orales de las experiencias personales. Para estos autores, considerar el sentido original de estos actos lingüísticos cotidianos, es fundamental para comprender las propiedades formales del discurso narrativo y las funciones que éste desempeña.

Entendiendo la narrativa como cualquier secuencia de cláusulas que contienen al menos una conexión temporal, Labov y Waletzky, señalan que ésta desempeña dos funciones fundamentales: la referencial, que permite dar cuenta de la secuencia temporal de la experiencia; y la evaluativa, que revela el interés personal de un determinado estímulo en el contexto social en el que la narrativa ocurre. Esta segunda función adquiere gran relevancia, pues sin la evaluación la narración no estaría completa, “puede ser considerada vacía”[3]. Aunque desempeñe bien la función referencial, sin la evaluación, la comprensión del discurso se hace difícil, pues carece de significado, no tiene un propósito claro. Es precisamente en torno a la evaluación que se estructura el relato, pues ésta revela la actitud del narrador hacia el discurso, mediante el énfasis que éste pone en algunos aspectos del mismo.

Labov, al cumplirse treinta años de la publicación de Narrative Analysis, señala que uno de los principales méritos de dicho artículo, fue contribuir a vincular la estructura narrativa como una totalidad con el concepto socioemocional de evaluación, el cual revela las consecuencias que el evento narrado tiene para las necesidades y deseos humanos.[4] En este artículo de 1997, plantea que el narrador evalúa los eventos comparándolos con eventos de una realidad alternativa que nunca se llevaron a cabo.

Al realzar el aspecto evaluativo de las narraciones, Labov, les da a éstas un profundo carácter cognitivo, al mismo tiempo que insinúa la dimensión ética que subyace a toda narrativa, dadas las consecuencias que ésta tiene en la estructura del vivir cotidiano. La evaluación, sólo es posible en el ámbito de la cognición, pues implica, siguiendo la propuesta de este autor, el uso de la percepción, de la memoria y el pensamiento para crear mundos posibles, alternativos, de naturaleza mental, que revelan los deseos y emociones de quienes los construyen.

Desde esta perspectiva, las narraciones, en tanto construcciones lingüísticas, no sólo refieren al mundo, no sólo lo describen, como en algún momento se sostuvo, sino que fundamentalmente “lo evalúan”, siendo ésta la función principal que las narraciones tienen. El narrador que, ingenuamente, sólo pretende dar cuenta de un evento o experiencia, no puede evitar, en la medida que va elaborando el relato, que le va dando cierta forma, que lo va estructurando, comenzar a construir un mundo particular donde dicho evento tuvo lugar. Las ideas que el narrador tiene, sus conocimientos, sus intereses, sus preferencias, sus prejuicios, sus gustos, se van plasmando en el lenguaje, no sólo no verbal, sino que también en el léxico y en las estructuras gramaticales y sintácticas que va utilizando. El verbo que selecciona, de forma más o menos consciente, para dar cuenta de la acción principal, la repetición de ciertas ideas y el orden que adoptan los eventos de la historia, dan lugar al devenir de un mundo singular, el mundo que constante y recursivamente construye todo narrador en su vivir cotidiano. Como señalara Émile Benveniste, es imposible borrar las huellas o marcas que el sujeto hablante deja en el producto de su habla, el enunciado o emisión.[5]


[1] Ricoeur, Paul. 1985. op. cit. p. 148.

[2] Tomlin, Rusell; Forrest, Linda; Ming Pu, Ming; Hee Kim, Myung. Discourse Semantics. En Van Dijk, Teun A. (ed.). 1997. op. cit.

[3] Labov, William y Waletzky, Joshua. Narrative Analysis: Oral versions of personal experience. En J. Helm (ed.). Essays on the Verbal and Visual Arts. Seattle: U. of Washington Press. 1967. p. 12-44. http://www.clarku.edu/~mbamberg/LabovWaletzky.htm (20/08/07).

[4] Labov, William. Some Further Steps in Narrative Analysis. The Journal of Narrative and Life History. 7. 1997. pp. 395-415. http://www.ling.upenn.edu/~wlabov/sfs.html (20/08/07).

[5] Raiter, Alejandro. Lenguaje y Sentido Común. Ed. Biblos. Buenos Aires. 2003.

miércoles, agosto 06, 2008

Cognición y Discurso Narrativo (I Parte).




William James (1842-1910).


La llamada Segunda Revolución Cognitiva o Revolución del Significado, se propuso rescatar la dimensión social, el espacio relacional, como preocupación central de la psicología y de la ciencia cognitiva, asumiendo que es este mundo interaccional el que lleva a establecer costumbres, tradiciones e instituciones y del que depende, finalmente, la forma característica que tenemos de vivir. Para Jerome Bruner, también un actor importante en este intento de reanimar la revolución original, esta segunda revolución está “inspirada por la convicción de que el concepto fundamental de la psicología humana es el de significado y los procesos y transacciones que se dan en la construcción de los significados.”[1] Desde esta perspectiva, la forma particular que adopta nuestro vivir humano, depende de los patrones de acción que se legitiman y perpetúan en los espacios de interacción social. Es esta manera organizada de vivir, de relacionarnos unos con otros, que denominamos cultura, la que “moldea la vida y la mente humanas, la que confiere significado a la acción situando sus estados intencionales subyacentes en un sistema interpretativo.”[2] Cualquier significado que un observador pretenda darle a la conducta humana, al decir y al hacer de un ser humano particular, está siempre enmarcado por la cultura de la cual dicho observador forma parte, cultura que lo ha transformado y que le ha permitido interpretar su entorno del modo particular en que lo hace. En este sentido, Rom Harré y Grant Gillet, señalan que si deseamos entender lo que una persona está haciendo, necesitamos saber lo que una situación significa para esa persona, no bastando con la mera descripción de la situación en sí. Por ello, plantean estos autores, en cualquier proyecto de investigación psicológica resultan muy importantes los relatos que las personas hacen de sus propias experiencias, los cuales deben ser considerados como la expresión de cómo las cosas son para ese sujeto en particular.[3]

Esta distinción entre descripción y experiencia, fue abordada en el ámbito de la filosofía de la ciencia por el filósofo y físico teórico Norwood Hanson, reconocido por sus trabajos en el ámbito de la lógica del descubrimiento e inspirador de algunas de las ideas desarrolladas por Thomas Kuhn. En un claro cuestionamiento a los planteamientos positivistas de la ciencia tradicional, Hanson destaca el rol del sujeto como agente cognitivo.

“La visión es una experiencia. Una reacción de la retina es solamente un estado físico, una excitación fotoquímica. Los fisiólogos no siempre han apreciado las diferencias existentes entre las experiencias y los estados físicos. Son las personas las que ven, no sus ojos. Las cámaras fotográficas y los globos del ojo son ciegos.”[4]

En consonancia con los planteamientos de la psicología cognitiva europea de entreguerra, así como también del principio de incertidumbre de Heisenberg y de la distinción de niveles lógicos que hace Bateson entre la forma y la pauta, Hanson reafirma la idea de que no hay observaciones ingenuas, pues toda visión está cargada de teoría al estar moldeada por el conocimiento previo que tiene el observador.

“La organización en sí misma no se ve de la misma manera en que se ven las líneas y los colores de un dibujo. En sí misma no es una línea, una forma ni un color. No es un elemento que exista en el campo visual, sino más bien la manera en que se comprenden los elementos. El argumento no es un detalle más en un relato, ni la melodía es una nota más. Y sin la existencia del argumento y la melodía no quedarían unidos los detalles y las notas. (. . .) [la organización] proporciona una estructura para las líneas y las formas. Si la organización faltara, nos quedaríamos nada más que con una configuración ininteligible de líneas.”[5]

Dado que toda experiencia humana subsume la historia de interacciones de dicho organismo, lo que Dewey distinguió como el principio de continuidad de la experiencia, cualquier disciplina científica que intente dar cuenta de ella, tendrá que considerar el carácter histórico que ésta presenta, de manera tal de dotar de validez al quehacer de la disciplina. Lo que en principio toda actividad científica pretende, es una explicación de las observaciones realizadas, su propósito es construir un esquema conceptual en el cual dichas observaciones o distinciones puedan insertarse inteligiblemente en el corpus que fundamenta su práctica. La ciencia cognitiva y la psicología como disciplina científica en particular, ciertamente no son ajenas a esta pretensión, lo que ha llevado a algunos psicólogos a proponer un nuevo enfoque, que constituiría genuinamente, según Harré, una nueva psicología. Esta nueva mirada, que ha recibido distintas denominaciones, psicología cultural, psicología narrativa y psicología discursiva, tiene como elemento central de su planteamiento la noción de que la experiencia humana se estructura de un modo narrativo[6], dado que la narración permite integrar en una unidad significativa, inteligible, los diversos procesos y subprocesos que conforman la historia de interacciones de un organismo.

Si bien la psicología no es la única disciplina que en los últimos años ha adoptado este enfoque narrativo, en ella, bien puede atribuirse este giro, a la reconsideración de una antigua idea planteada por uno de sus principales fundadores, como lo fue William James, quien distinguió dos tipos de pensamiento humano: el razonamiento y el pensamiento narrativo. Esta idea es retomada por Jerome Bruner al plantear la existencia de dos modalidades de funcionamiento cognitivo que brindan modos característicos de ordenar la experiencia y de construir la realidad. Estas diversas maneras de operar cognitivamente, que darían lugar al argumento y al relato, serían complementarias e irreductibles entre sí. El argumento, propio del mundo de la ciencia, es resultado de un tipo de pensamiento que Bruner denomina paradigmático o lógico-científico, que se ocupa de causas generales e intenta dar cuenta de verdades empíricas. A diferencia de éste, el relato es producido por una modalidad de pensamiento narrativo, el cual “se ocupa de las intenciones y acciones humanas y de las vicisitudes y consecuencias que marcan su transcurso”[7]. La narración, trata de situar la experiencia en el tiempo y en el espacio, lo cual también la diferencia de la modalidad de pensamiento paradigmática, que intenta “trascender lo particular buscando niveles de abstracción cada vez más altos”.[8] El modo de pensar paradigmático, si bien puede resultar muy útil en ciertos dominios o ámbitos donde se puede reducir la experiencia a un limitado número de variables, claramente no resulta del todo adecuada para dar cuenta de fenómenos que requieren una mirada más amplia, una consideración del dinamismo y complejidad de la situación, como es el caso del vivir humano.

La narración, en tanto acto de contar o referir lo sucedido, es el resultado de una actividad colectiva, donde confluyen una serie de procesos dinámicos que se encuentran en interacciones recursivas unos con otros. De esta manera, el discurso narrativo se constituye en un fenómeno emergente, en tanto resulta de las interacciones de múltiples componentes simples dentro de un sistema. Esta concepción emergentista, es explicitada por Ricoeur, al plantear que es necesario que las historias narradas emerjan de la imbricación viva de todas las historias vividas. Para Ricoeur, con la emergencia de la narración, el sujeto implicado también emerge. “Narrar, seguir, comprender historias no es más que la ‘continuación’ de estas historias no dichas.”[9]

Desde esta perspectiva, la narración no es sólo un medio auxiliar de la experiencia humana, sino que forma parte de la experiencia misma, estableciéndose entre ellas una relación de co-dependencia. Para Elinor Ochs[10], un mundo sin narraciones es inimaginable, dado que supone un vivir humano sin historias, sin dramas, sin recuerdos y sin revisiones interpretativas. Al destacar la conversación, común y corriente, como la forma más importante y universal de la narrativa, un mundo sin narrativa sería un mundo sin diálogos, sin la posibilidad de interactuar coordinadamente con otros seres humanos. Un mundo así, resulta no sólo inimaginable, sino que también absurdo, pues supone una existencia humana sin cultura, sin convivencia social, sin lenguaje, es decir, sin los instrumentos o andamios, en el sentido vygotskiano, que nos permiten llegar a ser los seres humanos que somos.


[1] Bruner, Jerome. 1990. op. cit. p. 47.

[2] Ibíd. p. 48.

[3] Harré, Rom. Gillett, Grant. The Discursive Mind. Ed. Sage. California. 1994.

[4] Hanson, Norwood.R. Patterns of discovery: an inquiry into the conceptual foundations of science. Cambridge University Press. 1958. Edición en español: Patrones de descubrimiento: Observación y explicación. Alianza Editorial. Madrid. 1977. p. 81.

[5] Ibíd. p. 91-92.

[6] Bruner, Jerome. 1990. op. cit. Harré, Rom y Gillet, Grant. 1994. op. cit. Varela, Francisco. 1992. op. cit. White, Michael. Epston, David. Narrative means to therapeutic ends. W. W. Norton and Co., New York. 1990. Edición en español, Medios Narrativos para fines terapéuticos. Ed. Paidós. Barcelona. 1993.

[7] Bruner, Jerome. Actual Minds, Possible Worlds, Cambridge: Harvard University Press. 1986. Edición en español, Realidad Mental y Mundos Posibles. Ed. Gedisa, Barcelona. 1988. p. 25.

[8] Ibíd.

[9] Ricoeur, Paul. Temps et Récit. Seuil. Paris. 1985. Edición en español, Tiempo y Narración (Vol. 1). Ed. Siglo XXI. México. 1995. p. 145.

[10] Ochs, Elinor. Narrative. En Van Dijk, Teun A. (ed.) Discourse As Structure and Process. London: Sage Ltd. 1997. Edición en español, El Discurso como Estructura y Proceso. Ed. Gedisa. Barcelona. 2000.



domingo, mayo 11, 2008


La Cognición Distribuida (II Parte).



Prof. Humberto Maturana Romesín.


Desde esta perspectiva teórica, la cognición se considera como un fenómeno corporizado, es decir, el cuerpo y el mundo con el cual éste se acopla desempeñan un rol fundamental en la explicación de los procesos cognitivos.[1] Donald Norman, quien ha desarrollado el enfoque de la cognición distribuida desde el ámbito de la psicología, señala que tradicionalmente la ciencia cognitiva ha tendido a considerar la inteligencia como descorporizada, una inteligencia abstracta, sin cuerpo y separada del mundo. Esto, a pesar de que los seres humanos operamos dentro de un mundo físico, el cual utilizamos no sólo como fuente de información, sino también como una extensión de nuestro propio conocimiento y de nuestros sistemas de razonamiento. Para Norman[2], el hecho de que nuestra conducta inteligente resulte de la interacción que establecemos con el mundo, así como también de que muchas de nuestras acciones estén mediatizadas por procesos cooperativos que establecemos con otras personas, permite señalar que nuestra inteligencia opera de manera distribuida. Así, en la medida en que nos apoyamos en nuestro entorno para pensar y resolver problemas, el mundo puede ser considerado como una clase de almacén de datos e información, que recuerda cosas por nosotros y guía nuestras conductas. Como señalan Kirsh y Maglio, nuestras acciones en el mundo no sólo tienen como propósito la implementación de un plan o la reacción ante un estímulo, sino que también simplificar la tarea o el problema para optimizar nuestros recursos cognitivos, acciones que denominan epistémicas y entre las cuales se encuentran, por ejemplo, modificar la ubicación de un objeto para recordar algo o hacer un esquema sobre un papel.[3]

Esta reconsideración de la cognición como un proceso distribuido y corporizado, vuelve a validar las premisas en que se basó el trabajo de Jean Piaget, en lo que él denominó epistemología genética, en cuanto a señalar que la cognición se basa en las actividades concretas que realiza un organismo, es decir, es resultado del acoplamiento sensorio-motor. Esta conceptualización, característica del enfoque enactivo desarrollado por Francisco Varela[4], permite comprender cómo la percepción y la acción están estrechamente vinculadas de un modo recursivo, de manera tal que la percepción se puede entender como una acción, que supone coordinaciones sensorio-motoras, orientada por percepciones previas, que en un principio corresponderán a coordinaciones sensorio-motoras de tipo reflejas. Al mismo tiempo, y siguiendo con los aportes de Piaget, estas coordinaciones sensorio-motoras recurrentes dan lugar a la conformación de esquemas sensorio-motores y al desarrollo de nuevas estructuras corporales, que tienen un fundamento neurofisiológico, que harán posible el desarrollo cognitivo del sujeto. Desde esta perspectiva, la percepción y los procesos cognitivos en general, no son fenómenos abstractos, sino por el contrario, son muy prácticos y concretos, pues permiten que un organismo pueda desenvolverse en un determinado ambiente, manteniendo las condiciones que le son necesarias para sobrevivir. Así, conceptualizar la cognición como un fenómeno distribuido no sólo supone dar cuenta del carácter corporizado o encarnado de la cognición, sino que también del alto nivel de dinamismo que ésta debe desarrollar, para permitir la adaptación de un organismo cuya estructura cambia constantemente como resultado de la interacción con un entorno que también está constantemente cambiando. Es este dinamismo, característico de la cognición cotidiana que tiene lugar en la vida de los seres humanos, uno de los aspectos que quiso destacar Edwin Hutchins con la expresión “cognition in the wild”, con la que titula su clásico libro sobre cognición distribuida. En referencia a esta frase, en la introducción del libro, el autor señala: “Tengo en mente la distinción entre el laboratorio, donde la cognición es estudiada en cautiverio, y el mundo cotidiano, donde la cognición humana se adapta a su ambiente natural. Yo espero evocar con esta metáfora el sentido de una ecología del pensamiento.”[5]

No es casual que la intención de Hutchins, con la expresión “cognition in the wild”, recuerde el título que le da Bateson a la compilación de sus trabajos, “Steps to an ecology of mind”, pues la relevancia que para el enfoque de la cognición distribuida tiene el carácter corporizado y dinámico de los procesos mentales hace posible establecer una relación significativa entre sus planteamientos y los de otros enfoques o perspectivas, como la teoría biológica del conocimiento desarrollada por Maturana, el enfoque enactivo de Varela, los planteamientos de Lakoff y Johnson acerca de la corporización de la mente, y en general, con las diversas teorías constructivistas que se desarrollaron en el siglo XX y que, como se ha planteado anteriormente, constituyen los fundamentos del enfoque de la cognición distribuida. Esta cercanía en los supuestos teóricos que están a la base de estos entendimientos, también la advierte Salomon, al explicitar el parecido conceptual entre la filosofía fenomenológica, las ideas de Humberto Maturana y la perspectiva de la cognición distribuida.[6] En la misma línea integrativa se hallan los planteamientos de Andy Clark, para quien el proyecto de Varela, Thompson y Rosch acerca de la corporización de la mente, influenciado por las ideas de Merleau-Ponty, está a la base de la concepción que él mismo ha desarrollado acerca de la ciencia cognitiva.[7]

Los planteamientos de Maturana acerca de la cognición, siguen, de cierta manera, el enfoque ecológico-sistémico desarrollado por Bateson acerca de la mente y las ideas del matemático y cibernético Heinz von Foerster, con quien trabajó en el Biological Computer Laboratorium de la Universidad de Illinois a fines de los años sesenta. Para Maturana, la cognición es un fenómeno biológico, pues su comprensión supone asumir que todos los sistemas vivos son sistemas determinados por la particular estructura biológica que presentan en un momento dado, estructura que cambia constantemente como resultado del conjunto de interacciones en que participan dichos organismos. Es decir, las características que presente un organismo no están determinadas por su genotipo, sino que son el resultado de su ontogenia, que supone una historia recursiva de generar cambios estructurales en otros organismos con quienes convive, de modo tal que la conducta que presente en una situación particular es resultado de la historia de acoplamiento estructural entre el organismo y su entorno.

“Lo humano no es un fenómeno físico, es un fenómeno relacional. Es decir, históricamente lo humano se da y surge en la dinámica de relación de los seres vivos como sistemas autopoiéticos determinados estructuralmente con el origen del lenguaje. Sin embargo, aunque la existencia humana surge en una dinámica determinista, su ocurrir es un fenómeno histórico, y por lo tanto no está predeterminado. (. . .)

Los seres humanos nos configuramos en el vivir en el ámbito acotado por nuestra biología y nos hacemos incluso en nuestra biología según el espacio relacional que vivamos. (. . .) El espacio psíquico humano es el espacio relacional en que nos realizamos los humanos como la clase de seres vivos que somos, de modo que nuestra biología cambia a lo largo de nuestro vivir según el espacio psíquico que vivamos. Hay mucho más que mirar para comprender todos los aspectos de este ocurrir, pero por ahora podemos darnos cuenta de que no podemos desconocer la biología si queremos comprender la vida psíquica humana, y no podemos desdeñar la vida psíquica si queremos comprender todas las dimensiones de nuestra dinámica biológica”[8]

Para Maturana, lo humano emerge como resultado de la interacción social, en este sentido, lo humano surge como un fenómeno distribuido, pues es en la relación con otros miembros de su especie que el homo sapiens adopta el modo de vivir que caracterizamos como humano. Así, las limitaciones biológicas propias de la especie, que acotan el ámbito de las conductas posibles, no definen por sí mismas la forma de vivir de un ser humano, pues dichas limitaciones cambian a lo largo de la historia de interacciones del sujeto, cambios que obedecen tanto a las modificaciones estructurales del propio organismo, dada la plasticidad del sistema nervioso, como a las modificaciones estructurales que se producen en el entorno o nicho donde éste opera. De este modo, las propiedades cognitivas de un ser humano, que se basan en el operar de su sistema nervioso, cambian constantemente como resultado del operar distribuido que éste presenta, distribución que un observador puede distinguir como interna o externa al organismo.

Cabe destacar, al citar los trabajos de Maturana y Varela, quienes fundamentalmente desde la neurobiología hacen sus aportes a la ciencia cognitiva, el carácter eminentemente recursivo que adoptan sus planteamientos sobre la cognición, concibiendo ambos como una totalidad sistémica la relación del sujeto con su medio. Distinguir la cognición como un fenómeno biológico no implica, desde la perspectiva de estos autores, proponer que la cognición se pueda reducir exclusivamente al operar del sistema nervioso, así como tampoco se puede comprender sin considerar las características particulares del operar de éste, alternativa que reduciría la explicación sobre la cognición a factores ambientales, a los procesos de interacción e influencia social, desacreditando al individuo como sujeto o agente cognitivo. Más aún, el intentar dar cuenta de la conducta humana y de los procesos cognitivos descomponiendo esta unidad sistémica sujeto-entorno, sólo generaría una confusión de dominios explicativos, distorsionando el fenómeno que se pretende comprender, pues lo social emerge del actuar coordinado de un conjunto de individuos, quienes a su vez se ven afectados por la dinámica social que co-construyen.

“El cambio social es un cambio en la configuración de acciones coordinadas que define la identidad particular de un sistema social particular. Es por ello por lo que el cambio social no tiene lugar sino cuando el comportamiento de los sistemas vivos individuales que componen el sistema social se transforma, dando nacimiento a una nueva configuración de acciones coordinadas definidora de una nueva identidad para el sistema social. Por supuesto, un sistema en tanto unidad compuesta (y un sistema social es una unidad compuesta) no existe sino por las interacciones de sus componentes, y éstos interactúan por la operación de sus propiedades (…), y de las relaciones de composición en las que dichos componentes participan. De esto resulta que un sistema no cambia si no cambian igualmente las propiedades de sus componentes.”[9]

El enfoque de la cognición distribuida, al enfatizar el carácter socialmente distribuido de los procesos cognitivos, puede hacer pensar en que es posible obviar al individuo en la explicación de la conducta inteligente, constituyéndose así en un enfoque radical. Gabriel Salomon, advierte de esta tendencia al señalar que la idea de las cogniciones distribuidas es novedosa y estimulante, pero que tiene el riesgo de ser llevada muy lejos, olvidando el aporte que cada persona hace al procesamiento cognitivo. Según Salomon, en el enfoque de la cognición distribuida, el individuo ha sido omitido de las consideraciones teóricas, lo cual atribuye a una reacción frente al énfasis excesivo que las teorías psicológicas tradicionales pusieron en él. Este movimiento pendular en los enfoques teóricos de la psicología, se puede advertir también en algunas versiones del construccionismo social, donde todos los fenómenos humanos se intentan explicar desde el ámbito de las relaciones sociales, tendiendo a una suerte de determinismo situacional.[10] Salomon, después de advertir acerca de la imposibilidad de ignorar al individuo en la conceptualización distribuida de la cognición, concluye con una visión similar a la señalada por otros autores, al plantear que las cogniciones distribuidas y las cogniciones de los individuos deben considerarse en su interacción, en una relación de co-dependencia.


[1] Holland, James; Hutchins, Edwin y Kirsh, David. Distributed Cognition: Toward a new foundation for human-computer interaction research. Transactions on Computer-Human Interaction. Vol. 7, N° 2, June 2000. En http://adrenaline.ucsd.edu/kirsh/articles/dcog/dcog.pdf (30/05/07)

[2] Norman, Donald. Distributed Cognition. En Things That Make US Smart, Reading, MA:Addison-Wesley. 1993.

[3] Kirsh, David y Maglio, Paul. On distinguishing epistemic from pragmatic actions. Cognitive Science, 18. 1994.

[4] Varela, Francisco. Connaître: Les Sciences Cognitives, tendences et perspectives. Editions du Seuil, Paris. 1988. Edición en español, Conocer. Editorial Gedisa, Barcelona. 1996.

[5] Hutchins, Edwin. 1995. op. cit. p. XIV.

[6] Salomon, Gavriel. No hay distribución sin la cognición de los individuos: un enfoque interactivo dinámico. En Salomon, Gavriel (comp.). 1993. op. cit.

[7] Clark, Andy. 1997. op. cit.

[8] Maturana, Humberto. Transformación en la Convivencia. Dolmen Ediciones, Santiago. 1999. pp. 194-195.

[9] Maturana, Humberto. Seres Humanos Individuales y Fenómenos Sociales Humanos. En Elkaïm, Mony. 1994. op. cit. p. 123.

[10] Elkäim, Mony. Ecología de las ideas: Constructivismo, construccionismo social y narraciones, ¿en los límites de la sistémica?. Perspectivas Sistémicas. Artículos on line: http://www.redsistemica.com.ar/articulo42-1.htm (30/05/07).

miércoles, febrero 27, 2008

La Cognición Distribuida (I Parte).


Andy Clark


La idea de descomponer los fenómenos o hechos para estudiarlos ha sido un principio fundamental en la tradición de pensamiento occidental, noción que comenzó a ser sistemáticamente cuestionada y teóricamente sustentada desde principios del siglo XX, a lo largo del cual, se advierte una creciente tendencia a integrar el conocimiento desarrollado en diversas disciplinas. La concepción de los teóricos de la psicología de la gestalt y de la escuela histórico-cultural rusa, en cuanto a la necesidad de integrar los fenómenos biológicos y sociales para explicar la conducta humana, se fue consolidando con el desarrollo de la cibernética y de la teoría de sistemas, que permitieron la emergencia de nuevos enfoques y miradas, un cambio de paradigma, como señalara Kuhn. Como un signo de los tiempos, en 1950, Amos Hawley, sociólogo de la Universidad de Michigan, publica su libro “Human Ecology”, donde intenta explicar los fundamentos ecológicos de las estructuras sociales humanas. En este texto, Hawley subraya una idea que será recurrente en el desarrollo de las ciencias humanas, al señalar que:

“La separación biológica no debe confundirse con independencia. (. . .) Los individuos no pueden superar el hecho de su dependencia. Pueden cambiar desde la dependencia de un pequeño número de familiares y vecinos a la dependencia de un gran número de extraños ampliamente distribuidos, pero sin alterar la situación básica. El hombre es inexorablemente dependiente.”[1]

En la misma época, Bateson desarrolla algunos de sus trabajos que compilará en 1972 en su libro “Pasos hacia una ecología de la mente”, en el cual, como ya se ha señalado, propondrá explícitamente una visión ecológica de los procesos cognitivos humanos. Para ilustrar la idea de que los procesos cognitivos no están constreñidos al sujeto aislado, ni menos al interior de éste, Bateson toma como ejemplo la relación que establece una persona ciega con su bastón, preguntándose ¿dónde empieza el yo de la persona ciega?, ¿está la mente del ciego limitada a la mano que sostiene el bastón?, ¿está limitada por la piel?, ¿dónde comienza, en tanto herramienta cognitiva, el bastón del ciego?. Las respuestas a estas preguntas, según Bateson, varían dependiendo del contexto en que se formulen. Para comprender los procesos cognitivos de la persona ciega, su mente, no sólo hay que considerar al hombre y su bastón, habría que incluir también sus intenciones, sus ideas, emociones y las características particulares del entorno donde se encuentre. Desde esta perspectiva, el bastón es un componente fundamental de la mente de la persona ciega cuando se desplaza en la calle, pero muy probablemente no lo es cuando se halla en su casa o cuando se sienta a almorzar, momento en el que el tenedor y el cuchillo reemplazan al bastón. Así, para Cole y Engeström, “la manera en que la mente está distribuida depende decisivamente de las herramientas mediante las cuales se interactúa con el mundo, y estas, a su vez, dependen de los objetivos que uno tiene.”[2]

La idea de que los procesos cognitivos no dependen exclusivamente de la acción de un individuo en particular, sino que se hayan influidos y potenciados por el entorno físico y social en el que éste se encuentre, es el punto de partida del enfoque de la cognición distribuida, que como ya se ha señalado, no es una concepción reciente en el ámbito de la psicología y de la ciencia cognitiva, aunque en algunas ocasiones se intente presentar como un paradigma radicalmente nuevo desarrollado a mediados de los años ochenta.[3] Roy Pea, uno de los autores que ha desarrollado, en el último tiempo, el enfoque de la cognición distribuida, reconoce que esta forma de concebir la cognición o la inteligencia se remonta a los trabajos de Vygotsky, Luria y Leontiev, quienes consideraban que la psicología debía estudiar al ser humano en acción, interactuando con su medio y no al individuo aislado[4]. En dicha interacción, los procesos cognitivos se distribuyen tanto en una dimensión social como material. La distribución social, considera los procesos cognitivos que resultan de las acciones emprendidas junto a otros seres humanos, como la interacción padre-hijo, profesor-alumno o la interacción grupal más amplia como la desarrollada por un equipo de trabajo o una organización empresarial. Esta dimensión social de la cognición distribuida está a la base de algunos conceptos que se han desarrollado y popularizado en el último tiempo, como la noción de CI o mente grupal[5], equipos que aprenden[6] y organizaciones inteligentes[7]. La distribución material de la cognición, por otra parte, alude al uso que las personas hacemos de las características físicas de nuestro entorno y al aprovechamiento de las herramientas y artefactos que hemos diseñado con el propósito de optimizar el cumplimiento de nuestros objetivos, como una agenda, una brújula, un teléfono o un computador.

Para David Perkins, quien fue Co-director del Proyecto Zero de la Universidad de Harvard por muchos años y uno de los teóricos actuales más citados en el ámbito de la cognición distribuida, las principales ideas de este enfoque consideran que:

“1. El entorno –los recursos físicos y sociales inmediatos fuera de la persona- participa en la cognición, no sólo como fuente de entrada de información y como receptor de productos finales, sino como vehículo de pensamiento.

2. El residuo dejado por el pensamiento –lo que se aprende- subsiste no sólo en la mente del que aprende, sino también en el ordenamiento del entorno, y es genuino aprendizaje pese a eso.”[8]

Este énfasis en el carácter distribuido de la cognición, no debe soslayar el especial e importante rol que el cerebro humano desempeña en este proceso, como señala Andy Clark, pues ha sido su particular forma de operar lo que ha permitido estructurar de manera tan sofisticada nuestro entorno, a través de las formalizaciones lingüísticas, lógicas y matemáticas que constantemente usamos, así como también con los múltiples sistemas de memoria externa que la cultura ha desarrollado. Clark, sostiene que quizás el origen y desarrollo de instrumentos lingüísticos y culturales se deba a una pequeña serie de diferencias neurocognitivas, las cuales mediante un proceso de retroalimentación positiva se han potenciado y han permitido alcanzar el complejo grado de desarrollo que actualmente presenta el vivir humano.[9] Así, el modo particular de vivir que los seres humanos adoptamos en nuestra cotidianeidad, que a su vez supone una singular práctica lingüística y cultural, constituye un fenómeno que emerge de la relación recursiva que se da entre el cerebro, el cuerpo y el entorno material y social en el que nos encontramos. El enfoque de la cognición distribuida, pretende constituirse en un modelo teórico que permita explicar esta clase de fenómenos, propios de una mente “escurridiza”, como señala Clark, que se escapa y se mezcla constantemente con el cuerpo y el mundo.


[1] Hawley, Amos. Human Ecology. Ronald Press Company. New York. 1950. Edición en español, Ecología Humana. Editorial Tecnos. Madrid. Segunda Edición. 1966. p. 214.

[2] Cole, Michael y Engeström, Yrjö. 1993. En Salomón, Gabriel. Distributed cognitions. Psychological and educational considerations, Cambridge University Press, London. 1993. Edición en español, Cogniciones Distribuidas. Consideraciones psicológicas y educativas. Amorrortu Editores, Buenos Aires. 1994. p. 37.

[3] Rogers, Yvonne. and Ellis, Judi. Distributed Cognition: an alternative framework for analysing and explaining collaborative working. Journal of Information Technology, 9 (2), 119-128. 1994. En http://www.slis.indiana.edu/faculty/yrogers/papers/dcog/dcog94.pdf (28/04/07). Rogers, Ivonne. A Brief Introduction to Distributed Cognition. Interact Lab, School of Cognitive and Computing Sciences, University of Sussex, Brighton, UK. 1997. En http://mentalmodels.mitre.org/cog_eng/reference_documents/brief%20intro%20to%20dist%20cog.pdf (28/04/07).

[4] Pea, Roy. Prácticas de inteligencia distribuida y diseños para la educación. En Salomón, Gabriel. 1993. op. cit.

[5] Goleman, Daniel. Emotional Intelligence. Bantam. New York. 1995.

[6] Hutchins, Edwin. Cognition in the Wild. MIT Press. Cambridge. 1995.

[7] Senge, Peter. The Fifth Discipline: The Art and Practice of the Learning Organization. Doubleday Currency. New York. 1990.

[8] Perkins, David. La persona-más: una visión distribuida del pensamiento y el aprendizaje. En Salomón, Gabriel (comp.). 1993. op. cit. p. 128.

[9] Clark, Andy. Being there: Putting Brain, Body and World together again. MIT Press, Cambridge, MA. 1997. Edición en español, Estar ahí: cerebro, cuerpo y mundo en la nueva ciencia cognitiva. Ed. Paidós. Barcelona. 1999.

jueves, enero 31, 2008

Gregory Bateson y la Revolución Cognitiva (II Parte).


Clifford Geertz (1926-2006)


La aplicación que Bateson hace de la cibernética, en el ámbito de la epistemología, la ecología, la antropología y la comunicación, permiten también considerarlo como un pionero, e incluso como fundador, en la medida que sentó las bases, de lo que actualmente se distingue como cognición distribuida. Para Bateson, la mente no es una entidad trascendente, desde su perspectiva, los fenómenos mentales son holísticos, inmanentes no sólo a alguna de las partes sino al sistema en cuanto totalidad. De este modo, la metáfora computacional de la arquitectura serial restringe la mirada, al no considerar que “la computadora es siempre sólo un arco de un circuito más amplio, que siempre incluye un hombre y un ambiente, del que se recibe la información y sobre el que tienen efecto los mensajes eferentes que proceden de la computadora.”[1] Sólo del sistema total o conjunto, que incluye computadora y ser humano, puede decirse, que manifiesta características mentales.

“Consideremos un hombre que derriba un árbol con un hacha. Cada golpe del hacha es modificado o corregido, de acuerdo con la figura de la cara cortada del árbol que ha dejado el golpe anterior. Este proceso autocorrectivo (es decir, mental) es llevado a cabo por un sistema total, árbol-ojos-cerebro-músculos-hacha-golpe-árbol, y este sistema total es el que tiene características de mente inmanente.

Más correctamente: tendríamos que formular el asunto como: (diferencias en el árbol)-(diferencias en la retina)-(diferencias en el cerebro)-(diferencias en los músculos)-(diferencias en el movimiento del hacha) etcétera. Lo que se transmite alrededor del circuito son transformaciones de diferencias. Y, como se señaló anteriormente, una diferencia que hace una diferencia es una idea o unidad de información.”[2]

Las ideas multidisciplinarias de Bateson, como él mismo lo señala, emergen de la relación que tuvo con el trabajo de su padre, el genetista William Bateson, de su experiencia en el ámbito de la investigación de campo antropológico, de su participación en las Conferencias Macy, del campo de la psiquiatría en su paso por el Hospital de la Administración de Veteranos en Palo Alto y de su participación en el Mental Research Institute (MRI) de la misma localidad, de su investigación sobre cetáceos y comunicación animal en el Instituto Oceánico de Hawai y de su trabajo en el Instituto de Aprendizaje de la Cultura de la Universidad de Hawai, fundamentalmente. Un contexto distinto, mucho más ligado al ámbito de la antropología y de las ciencias sociales, fue en el que se desarrollaron las ideas del antropólogo estadounidense Clifford Geertz (1926-2006), quien desarrolló en el campo de la etnología un enfoque hermenéutico o interpretativo, que se constituyó en un antecedente importante para el resurgimiento del significado en la ciencia cognitiva, al concebir la conducta como acción simbólica.

“Una vez que la conducta humana es vista como acción simbólica –acción que, lo mismo que la fonación en el habla, el color en la pintura, las líneas en la escritura o el sonido en la música, significa algo- pierde sentido la cuestión de saber si la cultura es conducta estructurada, o una estructura de la mente, o hasta las dos cosas juntas mezcladas. En el caso de un guiño burlesco o de una fingida correría para apoderarse de ovejas, aquello por lo que hay que preguntar no es su condición ontológica. Eso es lo mismo que las rocas por un lado y los sueños por el otro: son cosas de este mundo. Aquello por lo que hay que preguntar es por su sentido y valor: si es mofa o desafío, ironía o cólera, esnobismo u orgullo, lo que se expresa a través de su aparición y por su intermedio.”[3]

Para Geertz, el estudio de los seres humanos debe considerar el contexto sociocultural en que éstos se han desarrollado, pues la evolución del homo sapiens sugiere que no existe una naturaleza humana independiente de la cultura. “Sin hombres no hay cultura por cierto, pero igualmente, y esto es más significativo, sin cultura no hay hombres.”[4] Desde esta perspectiva, Geertz cuestiona los enfoques tipológicos con que clásicamente se ha pretendido hacer un estudio científico de los seres humanos, pues al pretender estos dar cuenta de un ideal o de un modelo de hombre, se afanan en la búsqueda de un tipo de ser humano inmutable, normativo y estático, cuyo resultado se aproxima más a una entidad metafísica que al hombre real, cotidiano, embebido en una cultura particular, que debiera ser el principal objeto de estudio de las disciplinas preocupadas de los fenómenos humanos.

“Llegar a ser humano es llegar a ser un individuo y llegamos a ser individuos guiados por esquemas culturales, por sistemas de significación históricamente creados en virtud de los cuales formamos, ordenamos, sustentamos y dirigimos nuestras vidas. Y los esquemas culturales son no generales sino específicos, no se trata del ‘matrimonio’ sino que se trata de una serie particular de nociones acerca de lo que son los hombres y las mujeres, acerca de cómo deberían tratarse los esposos o acerca de con quién correspondería propiamente casarse; no se trata de la ‘religión’ sino que se trata de la creencia en la rueda del karma, de observar un mes de ayuno, de la práctica del sacrificio del ganado vacuno. (. . .) Así como la cultura nos formó para constituir una especie –y sin duda continúa formándonos- , así también la cultura nos da forma como individuos separados. Eso es lo que realmente tenemos en común, no un modo de ser subcultural inmutable ni un establecido consenso cultural.”[5]

La concepción que tiene Geertz respecto a los fenómenos humanos parece coincidir con la mirada cibernética planteada por Bateson, en cuanto a considerar como unidad de superviviencia al organismo-en-su-ambiente. En el mismo sentido, las ideas de estos autores son coherentes con las expuestas a principios del siglo XX por Dewey, Bartlett y Vygotsky, para quienes toda acción humana tiene como trasfondo un contexto sociocultural, que es necesario tener en cuenta para comprender el significado de dicha acción. La experiencia humana supone un actuar situado, localizado en un contexto, por lo cual su significado hay que buscarlo en la interacción del sujeto, agente de dicha experiencia, con el entorno sociocultural del que forma parte. En este sentido es que Jerome Bruner ha propuesto “la restauración del proceso de construir significados como la esencia de la psicología cultural, de una Revolución Cognitiva renovada.”[6] Una idea similar, aunque con un fundamento teórico más cercano a la neurobiología, se encuentra en los planteamientos de Varela, Thompson y Rosch, para quienes la ciencia cognitiva tradicional debe reorientarse hacia un enfoque hermenéutico, que asuma el carácter interpretativo de todo acto de conocer.

“La intuición básica de esta orientación no objetivista es la perspectiva de que el conocimiento es el resultado de una interpretación que emerge de nuestra capacidad de comprensión. Esta capacidad está arraigada en la estructura de nuestra corporización biológica, pero se vive y se experimenta dentro de un dominio de acción consensual e historia cultural. Ella nos permite dar sentido a nuestro mundo.”[7]

A partir de lo hasta aquí señalado, esta segunda revolución cognitiva supone, utilizando una distinción hecha por Heinz von Foerster, pasar de una ciencia cognitiva que adopta como modelo de estudio a las máquinas triviales, cuyo operar es predecible, a una ciencia cognitiva que concibe al organismo como una máquina no trivial, dotada de autonomía al momento de operar y, por tanto, impredecible. Este giro de la ciencia cognitiva se advierte en la aparición reciente de diversos enfoques, que enfatizan algunas dimensiones de esta revolución, como los enfoques de la cognición corporizada y distribuida.


[1] Bateson, Gregory. La cibernética del “sí-mismo” (self): una teoría del alcoholismo. Psychiatry. Vol. 34, N° 1. 1971. En Bateson, G. 1972. op. cit. p. 347.

[2] Ibíd.

[3] Geertz, Clifford. 1973. op. cit. pp. 24-25.

[4] Ibíd., p. 55.

[5] Ibíd.. p. 57.

[6] Bruner, Jerome (1990) op. cit. p. 73.

[7] Varela, Francisco et al. (1991) op. cit. p. 177.