miércoles, septiembre 06, 2006


La Historia oculta de la Psicología (II Parte).

Foto de John Dewey (1859-1952)


Hugo Münsterberg, alumno de Wundt en la Universidad de Leipzig, profesor de la Universidad de Harvard y considerado “el padre de la psicología aplicada”, en especial por sus aportes a la psicología industrial, fue uno de los primeros psicólogos en plantear la concepción de una naturaleza distribuida de la cognición, una perspectiva más acorde a la cibernética, disciplina que se desarrollaría treinta años más tarde. Münsterberg, sostenía que el conocimiento no sólo se produce en la cabeza, sino también en los elementos objetivos de la comunicación entre los individuos.

“Una carta, un diario, un libro, existen fuera de los individuos, pero median entre dos personas o entre millones en el grupo social (. . .) El libro recuerda por el grupo social, y las experiencias del grupo, objetivamente registradas en él, dan forma a la acción social y el pensamiento social. La carta puede conectar todas las neuronas sociales distantes; el diario difunde la excitación de un punto de un grupo social a millones de otros.”[1]

A diferencia de lo sucedido con los planteamientos de Wundt acerca de la Psicología de los Pueblos y con las ideas de Münsterberg acerca de la cognición, las que han sido prácticamente olvidadas por la tradición psicológica, el trabajo del filósofo y psicólogo estadounidense John Dewey, ha tenido una mayor consideración en el área de la filosofía y de las ciencias sociales[2], al constituirse su enfoque pragmatista en uno de los primeros antecedentes de los enfoques de la cognición situada y distribuida, junto a los planteamientos de Lev Vygotsky y del enfoque histórico-cultural de la psicología rusa. Cabe destacar, que algunas de las ideas de Dewey, como se advertirá más adelante, se hallan presentes, con un fundamento distinto ciertamente, en los planteamientos más recientes de la ciencia cognitiva[3].

Considerando como punto de partida la experiencia humana, Dewey, señala que ésta tiene dos características o aspectos fundamentales. En lo inmediato, toda experiencia genera una emoción de agrado o desagrado en quien la vivencia, al mismo tiempo que se constituye en un factor que ejerce influencia sobre el carácter que tendrán las experiencias ulteriores, lo que denomina principio de continuidad. Para este filósofo, el ser humano es un ser dinámico, que cambia constantemente como resultado de sus particulares vivencias, así, “toda experiencia emprendida y vivida modifica al que actúa y la vive, afectando esta modificación, lo deseemos o no, a la cualidad de las experiencias siguientes. Pues quien interviene en ellas es una persona diferente.”[4] Desde esta perspectiva, Dewey también fue pionero al considerar el desarrollo del niño como un proceso dinámico que incluye factores emocionales, intelectuales y sociales, además del crecimiento físico. “El crecimiento, entendido como desarrollándose, no sólo física sino también intelectual y moralmente, es un ejemplo del principio de continuidad.”[5]

El carácter situado de la concepción experiencial de Dewey, se advierte en la idea de que, para él, toda experiencia incluye un ambiente o contexto en el cual ésta tiene lugar y que, al igual que el sujeto que la vivencia, éste cambia o se transforma de una manera contingente a la experiencia misma. Es decir, la experiencia no sólo cambia a la persona que la experimenta, sino que también modifica el entorno en el que ésta tiene lugar, modificación que afecta también al sujeto y a sus experiencias ulteriores en forma recursiva. Esta noción dinámica de la experiencia, descrita en términos de recursividad, permite vincular las ideas de Dewey con los procesos recursivos que se establecen en el nivel de las coordinaciones sensorio-motoras, según el planteamiento de Piaget, así como también, con las concepciones de la cibernética que se desarrollaron un poco más tarde, en la década de 1940.

“La experiencia no entra simplemente en una persona. Penetra en ella, ciertamente, pues influye en la formación de actitudes de deseo y de propósito. Pero ésta no es toda la historia. Toda experiencia auténtica tiene un aspecto activo que cambia en algún grado las condiciones objetivas bajo las cuales se ha tenido la experiencia.
(. . .) En una palabra, vivimos, del nacimiento a la muerte, en un mundo de personas y cosas, que en gran medida es lo que es por lo que han hecho y transmitido las actividades humanas anteriores. Cuando se ignora este hecho se trata a la experiencia como si fuera algo que va directamente al interior del cuerpo y del alma del individuo. No debería ser necesario decir que la experiencia no ocurre en el vacío. Existen fuera del individuo fuentes que dan lugar a la experiencia.”[6]

Al igual como lo hiciera Vygotsky, Dewey es partidario de una psicología más integradora, que se manifiesta en la noción que tiene de la educación. Su postura epistemológica lo lleva a cuestionar los planteamientos extremos que se suelen desarrollar en el ámbito de la filosofía y de la psicología, miradas que denomina de “o lo uno o lo otro”. Ante el clásico debate realismo-idealismo, que en la psicología adopta la forma de conductismo-constructivismo, Dewey propone una síntesis, un camino medio que incluya ambas posturas o enfoques. Las condiciones del entorno o del ambiente, no deben simplemente subordinarse a los estados internos de los individuos, hay que procurar una adecuada interacción entre ellos. La interacción, se convierte así en un concepto clave para las ideas de este autor, pues a través de ella se logra la integración de estos dos mundos, tradicionalmente separados, emergiendo así lo que se denomina una situación. El ambiente o contexto, forman parte integral de la experiencia que tiene un individuo, no pudiéndose entender ésta cuando se viola el principio de interacción.


[1] Münsterberg, Hugo (1914) Psycholgy: General and applied, Nueva York: Appleton, pp. 267-268, cit. en Cole, Michael y Engeström Yrjö (1993) op. cit. p. 26.

[2] Cole, Michael y Engeström Yrjö (1993) op. cit. Bredo, Eric (1994) Cognitivism, Situated Cognition and Deweyian Pragmatism en http://www.ed.uiuc.edu/EPS/PES-yearbook/94_docs/BREDO.HTM (02/07/2006). Rorty, R. (1979). Philosophy and the Mirror of Nature. Princeton, N.J.: Princeton University Press.

[3] Véanse las obras de Humberto Maturana, Francisco Varela, Andy Clark y Rodney Brooks. Véase también la noción de aprendizaje implícito presente en los trabajos de Dewey.

[4] Dewey, John (1938) Experience and education. New York: Collier Books. Edición en español, (1967) Experiencia y educación, Ed. Losada, Buenos Aires, p. 34.

[5] Ibíd. p. 35.

[6] Ibíd. pp. 40-41. Nótese que en otras ediciones la palabra alma es traducida como mente (mind).

lunes, septiembre 04, 2006

La Historia oculta de la Psicología (I Parte).


El concepto de devenir, en la medida en que se refiere a la aparición o generación de un fenómeno a través de un proceso continuo de transformaciones o cambios, nos remite al ámbito de la historia, la cual, desde una perspectiva teórica constructivista, se entiende como una reconstrucción, que da cuenta de las distinciones particulares que hace el historiador como resultado de su operar cognitivo en una situación determinada. Para el filósofo Paul Ricoeur, la historia es “el pasado en la medida en que es conocido. (. . .) Lo que los historiadores consideran “hechos” no es algo dado, sino algo que se construye.”[1] Es la estructura perceptual del historiador, sus particulares esquemas cognitivos, como los denominó Frederic Bartlett, lo que determina qué será históricamente pertinente y relevante. Así, desde este entendimiento, no hay historias éticamente neutras, pues todo relato histórico tiene consecuencias en la forma de conceptuar en el presente un determinado fenómeno.

Consciente de lo anterior, me parece necesario considerar con atención, evitando la excesiva ingenuidad, la historia oficial que se nos cuenta acerca de una determinada disciplina científica o de alguna institución o grupo humano en particular, pues dicha historia o relato, necesariamente, estará dando cuenta de los intereses, preferencias y grado de conocimiento de quien la narra. En el caso de la psicología, que es mi área de interés, la historia oficial ha tendido a enfatizar la idea de una ciencia que se ocupa de la conducta humana individual, ignorando, de un modo no casual, el carácter sistémico-social que esta disciplina tuvo desde sus inicios.

El destacado neurocientífico chileno, Francisco Varela, subrayó la importancia de revisar los antecedentes históricos al señalar que “una ciencia que olvida su pasado está condenada a repetir sus errores y es incapaz de evaluar su desarrollo.”[2] Este intento de no olvidar el pasado, de tener muy en cuenta su ontogenia, su devenir, parece particularmente importante en la psicología y en la ciencia cognitiva en general, pues se advierte en ellas, cada vez más, una mayor diversidad de enfoques para abordar sus respectivos objetos de estudio, situación que las hace vulnerables a la fragmentación, con lo cual perderían la cohesión necesaria que ha de tener una disciplina científica.

Los antecedentes históricos de la ciencia cognitiva, se remontan a la segunda mitad del siglo XIX, precisamente con el advenimiento de la psicología como disciplina científica. Que ésta última emergiera como una ciencia experimental de la mente, independizándose de la filosofía, se debe fundamentalmente al importante desarrollo que tuvo en el siglo XIX la fisiología alemana.[3]

Hermann von Helmholtz, destacado físico y fisiólogo alemán, cuestionó el escepticismo de Kant en cuanto a la posibilidad de crear una ciencia psicológica, intentando demostrar que las especulaciones de este importante filósofo alemán del siglo XVIII se podían someter a un estudio empírico. Hacia mediados del siglo XIX, Helmholtz diseñó un mecanismo para medir la velocidad del impulso nervioso e hizo importantes contribuciones en el estudio de la percepción visual y auditiva. Las investigaciones que realizó, le permitieron fundamentar su idea de la “inferencia inconsciente”, según la cual, en el proceso de la percepción, los seres humanos nos basamos inconscientemente en nuestras experiencias previas para interpretar lo que percibimos. Estos planteamientos, así como sus numerosas contribuciones en el ámbito de la fisiología y de la ciencia en general, permiten, según Gardner, considerar a Hermann von Helmholtz como uno de los creadores de la ideología de la ciencia cognitiva y, en este sentido, como un pionero en el ámbito de la psicología.

En 1858, Helmholtz se traslada a la Universidad de Heidelberg, donde tendrá como ayudante de su laboratorio, hasta 1864, a un joven médico y filósofo, Wilhelm Wundt, quien años más tarde, en 1867, denominaría a su propia cátedra “Psicología Fisiológica”. En 1874, Wundt publicó un importante libro sobre esta materia, Fundamentos de Psicología Fisiológica y en 1879 fundó el primer laboratorio de psicología experimental, que es considerado el hito con el que se funda la psicología como ciencia.[4] Para Wundt, la psicología, como estudio de la experiencia consciente, debía utilizar como método la observación interna, la introspección analítica, para lo cual capacitó sujetos que dieran cuenta, con la mayor objetividad posible, de las sensaciones experimentadas y pudieran identificar sus elementos constitutivos.

Lo que la historia tradicional pareció olvidar, es que en los últimos veinte años de su vida, Wundt se dedicó a estudiar fenómenos culturales y lingüísticos que lo llevaron a escribir diez volúmenes acerca de lo que denominó Psicología de los Pueblos (Völkerpsychologie), constituyéndose así en un precursor de la psicología social y de la psicolingüística. Para Wundt, este ámbito de la psicología no se podía estudiar utilizando métodos de laboratorio que se focalizaban en los contenidos de la conciencia, pues estos fenómenos se extendían más allá de la conciencia humana. A este respecto, señalaba que “la conciencia individual es enteramente incapaz de ofrecernos una historia del desarrollo del pensamiento humano, porque está condicionada por una historia anterior respecto de la cual no puede, por sí sola, darnos ningún conocimiento.”[5]



[1] Ricoeur, P. (1978) Philosophie et langage. Revue philosophique de la France et de l’Étranger, vol. CLXVIII, Nº 4, en Ricoeur, P. (1999) Historia y Narratividad. Ed. Paidós, Barcelona, p. 97.

[2] Varela, F. (1988) Connaître: Les Sciences Cognitives, tendences et perspectives. Editions du Seuil, Paris. Edición en español, (1996) Conocer. Editorial Gedisa, Barcelona, p. 29.

[3] Bechtel, W., Abrahamsen, A., Graham G. (1998) Companion of Cognitive Science, MIT Press, MA. Gardner, H. (1985). The Mind's New Science: A history of the cognitive revolution. New York: Basic Books. Edición en español, (1987) La Nueva Ciencia de la Mente. Ed. Paidós, Barcelona.

[4] Lolas, Fernando (1979) Introducción Histórica a la Psicología Fisiológica, Ed. Universitaria, Santiago.

[5] Wundt, Wilhelm (1921) Elements of Folk Psychology, Londres: Allen & Unwin, p. 3, cit. en Cole, Michael y Engeström Yrjö (1993) Enfoque histórico-cultural de la cognición distribuida, en Salomón, Gabriel (1993) Distributed cognitions. Psychological and educational considerations, Cambridge University Press, London. Edición en español: Cogniciones distribuidas: Consideraciones psicológicas y educativas. Ed. Amorrortu, Buenos Aires, p. 25.

miércoles, julio 19, 2006


Relaciones Familiares y Salud Mental (III Parte).

4. ¿Qué posición deben tener los padres separados que ven poco a sus hijos? Ellos plantean que es difícil poner reglas y ser "autoridad" cuando el tiempo con ellos es reducido a unas pocas horas de visita.


Si nos interesa realmente cuidar la salud mental de nuestros hijos, es fundamental que comencemos a entender que no son los padres los que se separan, sino que las parejas. Ser padres y ser parejas no es lo mismo, son ámbitos diferentes. La confusión proviene del hecho de que tradicionalmente estos roles los cumplen las mismas personas, pero no siempre es así. El bienestar de nuestra salud mental requiere que los padres sigan siendo padres después que se separa la llamada pareja marital. Cuando estos ámbitos se confunden generalmente esto trae sufrimiento para los hijos.

Lamentablemente, esta confusión la fomentan quienes entendiendo poco de estas materias, sostienen que el divorcio destruye a la familia. El divorcio, pone fin explícito a una relación de pareja, que generalmente había terminado antes del divorcio mismo. La familia cambia su estructura, pero debe continuar, los seres humanos necesitamos crecer en medio de una familia.

Insisto que los padres deben seguir siendo padres, cuidando, protegiendo, educando a sus hijos amorosamente, definiendo lo que de acuerdo a su criterio de adultos responsables pueden o no pueden hacer los menores. Por supuesto, que la dinámica de relación va a ser diferente, pues uno de los padres no va a convivir a diario con sus hijos, pero lo que no debe cambiar es la preocupación por fortalecer el vínculo, la relación.

En muchos casos, el problema de “autoridad” como le llaman, es más bien un problema de “culpabilidad”. No entender lo que significa el divorcio, mezclar pareja y familia, lleva a que los padres crean que sus hijos van a sufrir todo tipo de problemas psicológicos. Ciertamente, que la separación es una situación dolorosa para todos, las personas no tienen como una gran aspiración el separarse, pero esto no significa que la separación o el divorcio sea necesariamente una experiencia traumática. Muy por el contrario, conscientes del cuidado que requiere la salud mental de los hijos, el ideal es que el término de la relación sea lo menos dramático posible, aceptando, reitero, que es, generalmente, una experiencia dolorosa para la pareja y para los hijos de ésta.

Esto que puede parecer muy ideal, no lo es tanto, pues como se puede observar en lo que en el Instituto de Terapia Familiar llamamos Consultoría en Separación, los padres, en la mayoría de los casos, comprenden que no pueden vivir en guerra si ésta daña significativamente a sus hijos. La prioridad son siempre los hijos.

Si los padres se sienten culpables, si se perciben como monstruos por haberse separado, si sienten que han dañado a sus hijos para el resto de sus vidas, entonces se sentirán también, muy probablemente, incapaces de establecer límites, de decir que “no”, de llamar la atención y de sancionar si es necesario. Es decir, se habrán inhabilitado como padres, situación que sí puede generar problemas, pues los hijos en estos casos se sienten legítimamente “abandonados”.

La culpa es muy nociva en las relaciones padres-hijos, eso es lo que hay que evitar. Cabe mencionar, que la culpa no sólo se da cuando los padres se separan, sino también cuando están mucho tiempo fuera de casa. Llenar a los hijos de regalos, de juguetes, de ropa, así como también de comida chatarra, puede dar cuenta de la culpabilidad que suelen experimentar los padres en la actualidad.

lunes, julio 10, 2006


Relaciones Familiares y Salud Mental (II Parte).


2. ¿Por qué esa tendencia a ser amigo de los hijos. Se cree acaso que así el adolescente o niño tendrá más confianza con su progenitor?

3. ¿Es posible que sea una reacción a una educación demasiado vertical. "Yo fui muy sometido a los mandatos de mi padre y para mis hijos no quiero eso"?

Las personas actuamos siguiendo ciertas convenciones sociales, ciertos modos de vivir que se van paulatinamente legitimando, que pasan a formar parte de nuestra cultura y que se manifiestan fundamentalmente en nuestros discursos cotidianos, en nuestras conversaciones.

El viejo discurso, el viejo paradigma, era la existencia de una verdad única, certera e inmutable. Un ejemplo de esto, es el concepto que la gente suele tener del conocimiento científico. Esta forma de entender el mundo, llevó a que la verdad se tenía que imponer, los profesores les imponían “la” verdad a sus alumnos y los padres también a sus hijos. Los adultos tenían el saber, los niños eran ignorantes y no debían ser mayormente considerados.

El autoritarismo y la violencia que todo esto supone, eran legitimados socialmente de diversas maneras, lo cual facilitó la irrupción de regímenes totalitarios, dictaduras, a nivel político. En el siglo pasado, Europa, Asia, África y América Latina, aprendieron lo que esto significaba, en realidad, todavía lo estamos aprendiendo.

En el ámbito de las llamadas ciencias sociales, y específicamente, en la psicología, el conductismo, la creencia de que a las personas se les podía controlar en base a premios y castigos, era el discurso predominante. Esta visión del mundo cambió, el conductismo fue severamente cuestionado, no cuadraba con las experiencias que tenemos a diario.

La experiencia vivida, llevó a que cualquier cosa que sonara a disciplina, a acatar normas, se relacionara inmediatamente con dictadura, con violencia, con atentado a los derechos humanos. Había que soltar, “dejar ser”, liberarse de esa opresión, educar a los hijos en “libertad”. Si el modelo de los padres como autoridades normativas no servía, entonces debía servir el modelo de la amistad, de la igualdad. Si la relación adecuada no era vertical, entonces debía serlo la horizontal. Lamentablemente, en muchos casos, no hubo términos medios.

Hemos aprendido que no hay un tipo de relación ideal, que las relaciones se deben adaptar a las circunstancias, a las personas. Una relación amorosa es aquella donde hay respeto, donde hay una verdadera aceptación por las diferencias, lo cual no significa estar siempre de acuerdo. Aceptar a los hijos supone reconocer que son principiantes en el arte de vivir y que necesitan ser asesorados y apoyados.

La confianza debe surgir del respeto, no de la igualdad. Uno confía en los demás, aceptamos la mano que nos extienden, cuando advertimos una relación amorosa. En el ejercicio de la violencia que obliga, que impone, nos asustamos, nos escondemos, dejamos de confiar.

Un hijo no pierde la confianza en sus padres, que se da naturalmente, cuando éstos le llaman la atención y lo sancionan, si él advierte que lo que motiva a los padres es el amor que le tienen. Otro cuento es cuando el hijo advierte agresión y violencia. Quisiera enfatizar esta idea. Los llamados de atención y las sanciones no tienen que ser necesariamente violentas. Un padre o madre que actúa con claridad, transparencia, consecuencia y firmeza, puede resultar muy amoroso, a pesar de que su actuar pueda también resultar momentáneamente desagradable para sus hijos. Insisto, ser amoroso no significa dejar que el niño haga lo que quiera, más aún, esto puede indicar precisamente lo contrario, negligencia, que es como los hijos suelen percibirlo.

lunes, julio 03, 2006


Relaciones Familiares y Salud Mental (I Parte).


Esta entrevista me la realizó la periodista Alejandra Gajardo a principios de este año para la Revista Catalina. Desconozco si fue publicada o si lo será en un futuro próximo, de todos modos, las respuestas completas que aparecen a continuación, es difícil que se puedan llegar a publicar.


1. ¿Qué consecuencias psicologicas puede tener un hijo cuyo padre no tuvo autoridad con él?


No se trata de que los padres tengan autoridad, en el sentido de poder, sobre los hijos, se trata más bien de que los padres y los hijos aprendan a convivir y respetarse mutuamente. El sentido de la familia, de la paternidad y de la maternidad, es cuidar, proteger y educar a los hijos, atender sus necesidades fundamentales. Los seres humanos somos la especie más vulnerable en nuestro proceso de desarrollo, nos toma mucho tiempo adquirir autonomía y aprender cómo vivir en un medio social.

En la infancia, fundamentalmente, necesitamos habitar un mundo estable, ordenado, con normas lo más claras posibles. Necesitamos de alguien que nos contenga, que nos limite, que nos frene, que nos señale el peligro, pues no tenemos la experiencia y el criterio para hacerlo nosotros. Esto no es ejercicio de la autoridad, es un ejercicio del amor, es el ejercicio del ser padres.

Tenemos que aprender que las normas tienen un profundo sentido social, las necesitamos para coordinar nuestra convivencia, para interactuar ordenadamente con los demás. Sin normas, explícitas e implícitas, no hay vida social posible, esto es lo que hay que enseñarles a los niños. Si logramos este objetivo, los padres no tendrán que invocar su “autoridad” para ser obedecidos, pues sus hijos habrán aprendido a colaborar para que la convivencia sea posible. Esto es vivir respetando a quienes nos rodean y el respeto sólo se aprende viviéndolo.

Si los padres no respetan a sus hijos, si no atienden sus necesidades, si no los escuchan, si no se interesan por lo que hacen, si no juegan con ellos, si no los acarician, si no les explican el sentido de las normas, si no les advierten de los peligros, entonces es muy probable que ese hijo o hija no se sienta amado por sus padres, se sienta inseguro, temeroso de enfrentar el mundo, incluso es muy probable que se enferme física y mentalmente. Como dice el Prof. Humberto Maturana, los seres humanos somos dependientes del amor, sin amor nos enfermamos e incluso nos morimos.

Ahora, si bien las consecuencias pueden ser muy diversas, pues finalmente dependerá de las características del sujeto y de su entorno más amplio, sí se puede señalar que la violencia, la drogadicción, el alcoholismo, el consumismo, la necesidad constante de aparentar, la promiscuidad sexual, el escaso respeto que tenemos por nuestro cuerpo, el miedo a asumir compromisos, la indiferencia, el fanatismo de cualquier tipo, el alto índice de trastornos mentales, entre otras conductas, son indicadores probables de esta falta de amor, de no habernos sentido respetados durante la infancia.

Si no respetamos a los niños durante sus primeros años de vida, difícilmente podemos esperar que sean respetuosos al llegar a la adolescencia, que es cuando muchas veces se manifiestan los problemas y cuando los padres quieren recuperar el tiempo perdido ejerciendo “la autoridad”.