La emergencia de un paradigma: Las Influencias de Spencer y Darwin en Psicología y Educación.
Herbert Spencer (1820-1903)
En la Inglaterra del siglo XIX, el tesón de dos ilustres ciudadanos influirá significativamente en el devenir de la psicología, de las prácticas educativas y de buena parte de la historia occidental de los últimos ciento cincuenta años. Uno de ellos, Herbert Spencer, trabajó en Londres como editor de The Economist y aplicó el concepto de evolución, tomado originalmente del naturalista francés Jean Lamarck, a los procesos mentales y sociales. El otro, Charles Darwin, quien se enroló como naturalista en el barco de expedición científica Beagle y publicara en 1859 la teoría de la evolución de las especies basada en el principio de selección natural, teoría que revolucionó el desarrollo del conocimiento científico y la propia concepción de ser humano que hasta entonces se tenía.
Según Spencer, todas las cosas comienzan como una totalidad homogénea y es mediante la evolución que los sistemas se van diferenciando y aumentando su complejidad (Hergenhahn, 2001). Así, la simpleza original del sistema nervioso ha dado paso a un sistema altamente especializado, lo cual también se advierte en las transformaciones que experimenta la conducta de los bebés. Este tránsito gradual de lo homogéneo a lo heterogéneo, Spencer lo observa en el desarrollo social y económico de los pueblos, siendo la especialización del trabajo y las instituciones una manifestación de ello.
Sus ideas progresistas en el ámbito de la educación incidieron significativamente en la obra de John Dewey y en las reformas al sistema educacional que se gestaron tanto en el Reino Unido como en los Estados Unidos a principios del siglo XX. En su popular libro Education, publicado en 1861, sostiene que la educación evoluciona de manera similar a como lo hacen los individuos y la sociedad, de ahí la mayor especialización curricular y docente que se presenta en la educación secundaria y universitaria. Asimismo, criticó el casi nulo sentido práctico que tenía la educación, resultando muchas materias más ornamentales que funcionales, lo cual promovía el status quo y no el desarrollo social. En lo metodológico, enfatizó la importancia de desarrollar la capacidad de observación de los niños, promoviendo la investigación y el descubrimiento independiente. Para Spencer, uno de los principales cambios educativos consistía en transformar el aprendizaje en una experiencia agradable y no penosa para el alumno, para lo cual sugería comenzar con temas concretos y específicos que la mente infantil pudiera comprender, para luego avanzar hacia lo abstracto y lo general, concepción que años más tarde va a popularizar Jean Piaget.
Inspirado en la obra de Thomas Malthus de 1798, Essay on the principle of population, la misma que le ayudó a Darwin a organizar su teoría, Spencer planteó el concepto de supervivencia del más apto, el cual sería posteriormente adoptado también por Darwin. Esta noción, aplicada al ámbito social, derivó en el llamado Darwinismo Social, según el cual si se les permite a los principios evolutivos actuar libremente, los organismos sobrevivientes tenderán a la perfección. Esta doctrina social, que creyó hallar un fundamento biológico en la teoría darwiniana, denominada también “Spencerismo biológico” (Harré y Lamb, 1992:112), facilitó la promoción en Europa y Estados Unidos del liberalismo económico, el capitalismo a ultranza, el individualismo exacerbado, el imperialismo político, el racismo y las ideologías nacionalistas.
En el ámbito educacional, Spencer justificó la aplicación de un estilo laissez-faire, según el cual no había que interferir en el desarrollo natural de los menores para que éstos lograran efectivamente evolucionar. Esta idea de priorizar el desarrollo “desde adentro” fue llevada al extremo en algunas aplicaciones pedagógicas de la llamada Escuela Nueva, donde la naturaleza era la responsable de la educación de los niños y niñas, concepción que será criticada por uno de los mismos fundadores de dicho movimiento, el filósofo y psicólogo estadounidense John Dewey.
“No es excesivo afirmar que una filosofía de la educación que pretende basarse en la idea de la libertad puede llegar a ser tan dogmática como lo era la educación tradicional frente a la cual reacciona. Pues toda teoría y serie de prácticas son dogmáticas cuando no se basan sobre el examen crítico de sus propios principios básicos.” (Dewey, 1938:19)
Cabe señalar, que la aplicación de la teoría de la selección natural a los sistemas sociales, así como el sentido teleológico que Spencer le atribuye a la evolución, no fueron ideas compartidas por Charles Darwin, para quien la evolución era resultado de un proceso estocástico. Los organismos aptos son aquellos cuyas características particulares les permiten adaptarse a las condiciones de su entorno, éstos logran reproducirse y sobrevivir. Así, la popular concepción de la sobrevivencia del más fuerte o agresivo, al parecer, no es propia de la teoría original de Darwin, sino más bien una interpretación sesgada de la misma que permitió justificar la aplicación del darwinismo social en diversos ámbitos del vivir.
La aptitud, en un sentido estricto, alude a la capacidad de un organismo de adecuarse a las demandas del medio, idea que actualmente en educación se distingue con la noción de competencia. Así, la aptitud, el actuar competente o adecuado, no se relaciona necesariamente con la fuerza o agresividad de un organismo, sino más bien con la flexibilidad o plasticidad que éste tenga para hacer todos los ajustes que sean necesarios para sobrevivir en una situación determinada. Un ejemplo concreto de esta aptitud no agresiva lo constituyen los hongos mucilaginosos, los cuales viven como organismos unicelulares, mixamebas, mientras las condiciones de su entorno lo permitan. La falta de alimento u otros factores de estrés ambiental los llevan a agruparse y formar un pseudoplasmodio, estructura multicelular más compleja, capaz de desplazarse como una masa homogénea en busca de mejores condiciones para sobrevivir y reproducirse, proceso que finalmente lleva a la liberación de esporas que dan lugar nuevamente a células ameboides individuales.
La sofisticada coordinación que presentan estas células constituye también un buen ejemplo del operar sistémico-cibernético de los organismos vivos, pues es mediante procesos recursivos de retroalimentación que logran la adaptación necesaria para sobrevivir. Para Andy Clark, las conductas de estos hongos ilustran los procesos de emergencia y autoorganización que encontramos también en las especies más evolucionadas.
“El cerebro biológico, que parasita el mundo externo con el fin de aumentar su capacidad para resolver problemas, no traza el límite en las extensiones inorgánicas y ciertos aspectos cruciales de nuestro éxito adaptativo están determinados por las propiedades colectivas de grupos de agentes individuales.” (Clark, 1997:115)
Un enfoque similar es el que plantea la bióloga estadounidense Lynn Margulis, para quien la evolución no se basa sólo en el azar y en la extinción de los organismos aparentemente más débiles, sino fundamentalmente en la cooperación bajo la forma de simbiosis. Esta mirada más holista, lleva a Margulis a advertir que más que organismos individuales, las que han sobrevivido son comunidades de células autoorganizadas, que constituirían efectivamente el motor de la evolución. Desde esta perspectiva, los seres humanos somos “una compilación de microbios eslabonados por cooperación simbiótica.” (Briggs y Peat, 1990:156).
Al igual como sucediera en otras disciplinas, en el ámbito de la psicología, ciencia naciente a fines del siglo XIX, las ideas de Darwin tuvieron una gran influencia, siendo la ortodoxia de su teoría evolutiva la que va a incidir de manera significativa en algunos de los principales desarrollos teóricos de principios del siglo XX. De esta manera, el énfasis en lo individual, la escasa consideración de las variables socioculturales y un cierto afán naturalista van a marcar el devenir de gran parte de las teorías psicológicas y sus consiguientes aplicaciones educacionales, a lo cual se agrega el intento de consolidar la independencia y el carácter científico que la disciplina había adoptado gracias a los avances de la neurofisiología.
Las ideas positivistas planteadas por Comte en el siglo XIX, el rechazo al idealismo romántico que había imperado en Europa y el temor a desarrollar una disciplina eminentemente especulativa, se conjugaron para que muchos psicólogos, especialmente en Inglaterra y Estados Unidos, priorizaran el método de estudio y obviaran las características particulares que tiene el dominio del cual se ocupan. Su principal preocupación estaba en su fidelidad al concepto de ciencia que profesaban, inspirado en la física clásica, más que en la adecuación del método a los fenómenos humanos que intentaban explicar.
Todo lo anterior, no sólo llevó a que emergiera una particular manera de concebir a la psicología y a las disciplinas que se nutren de sus eventuales aportes, como la educación, sino fundamentalmente a que se legitimara una concepción del ser humano y de las relaciones en que éste participa que, claramente, ha dañado el desarrollo de la convivencia social y ha impedido que se potenciara la calidad de vida, no sólo del homo sapiens sapiens, sino también de los diversos organismos que han evolucionado junto a éste.