domingo, agosto 24, 2008

Cognición y Discurso Narrativo (II Parte).


Prof. William Labov (1927- ).


Si bien las formas de narración oral y escrita son las más conocidas y tradicionales, también se puede entender la expresión corporal y gestual como un medio narrativo. De hecho, el caminar, el vestir y la mirada de una persona, nos pueden “contar algo” acerca de ella. Ochs, plantea que las representaciones pictóricas también se podrían considerar como “narraciones comprimidas”, interpretación que, análogamente, se puede extender a las obras musicales. En todos estos casos, la narración no surge de la acción misma ni de la obra, sino que emerge de la interacción del autor del relato, cuadro o sinfonía, con el público que lo atiende, configurándose una suerte de coautoría, la que resulta muy evidente en las narraciones conversacionales. En este mismo sentido, Ricoeur señala que “el texto se hace obra en la interacción de texto y receptor.”[1]

Desde un enfoque cognitivo distribuido, es en este carácter interaccional donde debe situarse la discusión acerca del significado o de la semántica del discurso, dado que éste no es un texto huérfano escrito en la pizarra del lógico, como señala Bruner, sino el resultado de una interacción social. De esta manera, para intentar dar cuenta del discurso, resulta útil adoptar la denominada “metáfora del diseño”[2], según la cual, el hablante o autor se convierte en una suerte de arquitecto o diseñador, cuya obra, el texto, se debe considerar como un diseño que orienta la construcción que realiza el oyente o lector, a partir de sus propio esquemas cognitivos, y no una construcción totalmente terminada. El significado, así entendido, no está en la obra ni en el texto mismo, sino en las convenciones, socialmente construidas, esquemas cognitivos, que comparten el autor y su público. Es éste el sentido de significado que Bruner propone rescatar para la psicología y para la renovación de la Revolución Cognitiva y que, al mismo tiempo, le da a la narración, la relevancia que ésta tiene al momento de intentar dar cuenta de la experiencia humana.

En un clásico artículo de 1967, William Labov y Joshua Waletzky, plantean que narraciones como los mitos, cuentos, leyendas e historias, parecen ser el resultado de la combinación y desarrollo recursivo de estructuras narrativas más simples o básicas, que nos remiten finalmente a las versiones orales de las experiencias personales. Para estos autores, considerar el sentido original de estos actos lingüísticos cotidianos, es fundamental para comprender las propiedades formales del discurso narrativo y las funciones que éste desempeña.

Entendiendo la narrativa como cualquier secuencia de cláusulas que contienen al menos una conexión temporal, Labov y Waletzky, señalan que ésta desempeña dos funciones fundamentales: la referencial, que permite dar cuenta de la secuencia temporal de la experiencia; y la evaluativa, que revela el interés personal de un determinado estímulo en el contexto social en el que la narrativa ocurre. Esta segunda función adquiere gran relevancia, pues sin la evaluación la narración no estaría completa, “puede ser considerada vacía”[3]. Aunque desempeñe bien la función referencial, sin la evaluación, la comprensión del discurso se hace difícil, pues carece de significado, no tiene un propósito claro. Es precisamente en torno a la evaluación que se estructura el relato, pues ésta revela la actitud del narrador hacia el discurso, mediante el énfasis que éste pone en algunos aspectos del mismo.

Labov, al cumplirse treinta años de la publicación de Narrative Analysis, señala que uno de los principales méritos de dicho artículo, fue contribuir a vincular la estructura narrativa como una totalidad con el concepto socioemocional de evaluación, el cual revela las consecuencias que el evento narrado tiene para las necesidades y deseos humanos.[4] En este artículo de 1997, plantea que el narrador evalúa los eventos comparándolos con eventos de una realidad alternativa que nunca se llevaron a cabo.

Al realzar el aspecto evaluativo de las narraciones, Labov, les da a éstas un profundo carácter cognitivo, al mismo tiempo que insinúa la dimensión ética que subyace a toda narrativa, dadas las consecuencias que ésta tiene en la estructura del vivir cotidiano. La evaluación, sólo es posible en el ámbito de la cognición, pues implica, siguiendo la propuesta de este autor, el uso de la percepción, de la memoria y el pensamiento para crear mundos posibles, alternativos, de naturaleza mental, que revelan los deseos y emociones de quienes los construyen.

Desde esta perspectiva, las narraciones, en tanto construcciones lingüísticas, no sólo refieren al mundo, no sólo lo describen, como en algún momento se sostuvo, sino que fundamentalmente “lo evalúan”, siendo ésta la función principal que las narraciones tienen. El narrador que, ingenuamente, sólo pretende dar cuenta de un evento o experiencia, no puede evitar, en la medida que va elaborando el relato, que le va dando cierta forma, que lo va estructurando, comenzar a construir un mundo particular donde dicho evento tuvo lugar. Las ideas que el narrador tiene, sus conocimientos, sus intereses, sus preferencias, sus prejuicios, sus gustos, se van plasmando en el lenguaje, no sólo no verbal, sino que también en el léxico y en las estructuras gramaticales y sintácticas que va utilizando. El verbo que selecciona, de forma más o menos consciente, para dar cuenta de la acción principal, la repetición de ciertas ideas y el orden que adoptan los eventos de la historia, dan lugar al devenir de un mundo singular, el mundo que constante y recursivamente construye todo narrador en su vivir cotidiano. Como señalara Émile Benveniste, es imposible borrar las huellas o marcas que el sujeto hablante deja en el producto de su habla, el enunciado o emisión.[5]


[1] Ricoeur, Paul. 1985. op. cit. p. 148.

[2] Tomlin, Rusell; Forrest, Linda; Ming Pu, Ming; Hee Kim, Myung. Discourse Semantics. En Van Dijk, Teun A. (ed.). 1997. op. cit.

[3] Labov, William y Waletzky, Joshua. Narrative Analysis: Oral versions of personal experience. En J. Helm (ed.). Essays on the Verbal and Visual Arts. Seattle: U. of Washington Press. 1967. p. 12-44. http://www.clarku.edu/~mbamberg/LabovWaletzky.htm (20/08/07).

[4] Labov, William. Some Further Steps in Narrative Analysis. The Journal of Narrative and Life History. 7. 1997. pp. 395-415. http://www.ling.upenn.edu/~wlabov/sfs.html (20/08/07).

[5] Raiter, Alejandro. Lenguaje y Sentido Común. Ed. Biblos. Buenos Aires. 2003.

miércoles, agosto 06, 2008

Cognición y Discurso Narrativo (I Parte).




William James (1842-1910).


La llamada Segunda Revolución Cognitiva o Revolución del Significado, se propuso rescatar la dimensión social, el espacio relacional, como preocupación central de la psicología y de la ciencia cognitiva, asumiendo que es este mundo interaccional el que lleva a establecer costumbres, tradiciones e instituciones y del que depende, finalmente, la forma característica que tenemos de vivir. Para Jerome Bruner, también un actor importante en este intento de reanimar la revolución original, esta segunda revolución está “inspirada por la convicción de que el concepto fundamental de la psicología humana es el de significado y los procesos y transacciones que se dan en la construcción de los significados.”[1] Desde esta perspectiva, la forma particular que adopta nuestro vivir humano, depende de los patrones de acción que se legitiman y perpetúan en los espacios de interacción social. Es esta manera organizada de vivir, de relacionarnos unos con otros, que denominamos cultura, la que “moldea la vida y la mente humanas, la que confiere significado a la acción situando sus estados intencionales subyacentes en un sistema interpretativo.”[2] Cualquier significado que un observador pretenda darle a la conducta humana, al decir y al hacer de un ser humano particular, está siempre enmarcado por la cultura de la cual dicho observador forma parte, cultura que lo ha transformado y que le ha permitido interpretar su entorno del modo particular en que lo hace. En este sentido, Rom Harré y Grant Gillet, señalan que si deseamos entender lo que una persona está haciendo, necesitamos saber lo que una situación significa para esa persona, no bastando con la mera descripción de la situación en sí. Por ello, plantean estos autores, en cualquier proyecto de investigación psicológica resultan muy importantes los relatos que las personas hacen de sus propias experiencias, los cuales deben ser considerados como la expresión de cómo las cosas son para ese sujeto en particular.[3]

Esta distinción entre descripción y experiencia, fue abordada en el ámbito de la filosofía de la ciencia por el filósofo y físico teórico Norwood Hanson, reconocido por sus trabajos en el ámbito de la lógica del descubrimiento e inspirador de algunas de las ideas desarrolladas por Thomas Kuhn. En un claro cuestionamiento a los planteamientos positivistas de la ciencia tradicional, Hanson destaca el rol del sujeto como agente cognitivo.

“La visión es una experiencia. Una reacción de la retina es solamente un estado físico, una excitación fotoquímica. Los fisiólogos no siempre han apreciado las diferencias existentes entre las experiencias y los estados físicos. Son las personas las que ven, no sus ojos. Las cámaras fotográficas y los globos del ojo son ciegos.”[4]

En consonancia con los planteamientos de la psicología cognitiva europea de entreguerra, así como también del principio de incertidumbre de Heisenberg y de la distinción de niveles lógicos que hace Bateson entre la forma y la pauta, Hanson reafirma la idea de que no hay observaciones ingenuas, pues toda visión está cargada de teoría al estar moldeada por el conocimiento previo que tiene el observador.

“La organización en sí misma no se ve de la misma manera en que se ven las líneas y los colores de un dibujo. En sí misma no es una línea, una forma ni un color. No es un elemento que exista en el campo visual, sino más bien la manera en que se comprenden los elementos. El argumento no es un detalle más en un relato, ni la melodía es una nota más. Y sin la existencia del argumento y la melodía no quedarían unidos los detalles y las notas. (. . .) [la organización] proporciona una estructura para las líneas y las formas. Si la organización faltara, nos quedaríamos nada más que con una configuración ininteligible de líneas.”[5]

Dado que toda experiencia humana subsume la historia de interacciones de dicho organismo, lo que Dewey distinguió como el principio de continuidad de la experiencia, cualquier disciplina científica que intente dar cuenta de ella, tendrá que considerar el carácter histórico que ésta presenta, de manera tal de dotar de validez al quehacer de la disciplina. Lo que en principio toda actividad científica pretende, es una explicación de las observaciones realizadas, su propósito es construir un esquema conceptual en el cual dichas observaciones o distinciones puedan insertarse inteligiblemente en el corpus que fundamenta su práctica. La ciencia cognitiva y la psicología como disciplina científica en particular, ciertamente no son ajenas a esta pretensión, lo que ha llevado a algunos psicólogos a proponer un nuevo enfoque, que constituiría genuinamente, según Harré, una nueva psicología. Esta nueva mirada, que ha recibido distintas denominaciones, psicología cultural, psicología narrativa y psicología discursiva, tiene como elemento central de su planteamiento la noción de que la experiencia humana se estructura de un modo narrativo[6], dado que la narración permite integrar en una unidad significativa, inteligible, los diversos procesos y subprocesos que conforman la historia de interacciones de un organismo.

Si bien la psicología no es la única disciplina que en los últimos años ha adoptado este enfoque narrativo, en ella, bien puede atribuirse este giro, a la reconsideración de una antigua idea planteada por uno de sus principales fundadores, como lo fue William James, quien distinguió dos tipos de pensamiento humano: el razonamiento y el pensamiento narrativo. Esta idea es retomada por Jerome Bruner al plantear la existencia de dos modalidades de funcionamiento cognitivo que brindan modos característicos de ordenar la experiencia y de construir la realidad. Estas diversas maneras de operar cognitivamente, que darían lugar al argumento y al relato, serían complementarias e irreductibles entre sí. El argumento, propio del mundo de la ciencia, es resultado de un tipo de pensamiento que Bruner denomina paradigmático o lógico-científico, que se ocupa de causas generales e intenta dar cuenta de verdades empíricas. A diferencia de éste, el relato es producido por una modalidad de pensamiento narrativo, el cual “se ocupa de las intenciones y acciones humanas y de las vicisitudes y consecuencias que marcan su transcurso”[7]. La narración, trata de situar la experiencia en el tiempo y en el espacio, lo cual también la diferencia de la modalidad de pensamiento paradigmática, que intenta “trascender lo particular buscando niveles de abstracción cada vez más altos”.[8] El modo de pensar paradigmático, si bien puede resultar muy útil en ciertos dominios o ámbitos donde se puede reducir la experiencia a un limitado número de variables, claramente no resulta del todo adecuada para dar cuenta de fenómenos que requieren una mirada más amplia, una consideración del dinamismo y complejidad de la situación, como es el caso del vivir humano.

La narración, en tanto acto de contar o referir lo sucedido, es el resultado de una actividad colectiva, donde confluyen una serie de procesos dinámicos que se encuentran en interacciones recursivas unos con otros. De esta manera, el discurso narrativo se constituye en un fenómeno emergente, en tanto resulta de las interacciones de múltiples componentes simples dentro de un sistema. Esta concepción emergentista, es explicitada por Ricoeur, al plantear que es necesario que las historias narradas emerjan de la imbricación viva de todas las historias vividas. Para Ricoeur, con la emergencia de la narración, el sujeto implicado también emerge. “Narrar, seguir, comprender historias no es más que la ‘continuación’ de estas historias no dichas.”[9]

Desde esta perspectiva, la narración no es sólo un medio auxiliar de la experiencia humana, sino que forma parte de la experiencia misma, estableciéndose entre ellas una relación de co-dependencia. Para Elinor Ochs[10], un mundo sin narraciones es inimaginable, dado que supone un vivir humano sin historias, sin dramas, sin recuerdos y sin revisiones interpretativas. Al destacar la conversación, común y corriente, como la forma más importante y universal de la narrativa, un mundo sin narrativa sería un mundo sin diálogos, sin la posibilidad de interactuar coordinadamente con otros seres humanos. Un mundo así, resulta no sólo inimaginable, sino que también absurdo, pues supone una existencia humana sin cultura, sin convivencia social, sin lenguaje, es decir, sin los instrumentos o andamios, en el sentido vygotskiano, que nos permiten llegar a ser los seres humanos que somos.


[1] Bruner, Jerome. 1990. op. cit. p. 47.

[2] Ibíd. p. 48.

[3] Harré, Rom. Gillett, Grant. The Discursive Mind. Ed. Sage. California. 1994.

[4] Hanson, Norwood.R. Patterns of discovery: an inquiry into the conceptual foundations of science. Cambridge University Press. 1958. Edición en español: Patrones de descubrimiento: Observación y explicación. Alianza Editorial. Madrid. 1977. p. 81.

[5] Ibíd. p. 91-92.

[6] Bruner, Jerome. 1990. op. cit. Harré, Rom y Gillet, Grant. 1994. op. cit. Varela, Francisco. 1992. op. cit. White, Michael. Epston, David. Narrative means to therapeutic ends. W. W. Norton and Co., New York. 1990. Edición en español, Medios Narrativos para fines terapéuticos. Ed. Paidós. Barcelona. 1993.

[7] Bruner, Jerome. Actual Minds, Possible Worlds, Cambridge: Harvard University Press. 1986. Edición en español, Realidad Mental y Mundos Posibles. Ed. Gedisa, Barcelona. 1988. p. 25.

[8] Ibíd.

[9] Ricoeur, Paul. Temps et Récit. Seuil. Paris. 1985. Edición en español, Tiempo y Narración (Vol. 1). Ed. Siglo XXI. México. 1995. p. 145.

[10] Ochs, Elinor. Narrative. En Van Dijk, Teun A. (ed.) Discourse As Structure and Process. London: Sage Ltd. 1997. Edición en español, El Discurso como Estructura y Proceso. Ed. Gedisa. Barcelona. 2000.