domingo, junio 18, 2006

¿Paternidad o Amistad?: El temor de asumirse como padres.


Artículo publicado en Chile.com en Enero del 2006.

- “Más que un padre soy un amigo de mis hijos.”

- “Con mi hija somos verdaderas amigas.”

Estas afirmaciones que con tanta frecuencia se utilizan y aceptan para caracterizar la relación de los padres y las madres con sus hijos e hijas, ocultan una idea que puede resultar muy nociva para la dinámica familiar y social, así como también eventualmente peligrosa para la salud mental y física de los miembros más vulnerables de la familia, los hijos e hijas.

Estas expresiones, que en algunos casos pueden ser muy inocentes, seguramente obedecen al hecho de que la paternidad y la amistad se basan en la emoción del amor, esto es, como señala Humberto Maturana, una emoción que permite aceptar al otro como legítimo otro, respetando la diversidad natural que se da entre los seres humanos. Así entendido, el amor es la base de cualquier amistad, todos esperamos que los amigos nos acepten y respeten tal como somos, sin mayores condiciones.

Lamentablemente, cuando no se distingue el carácter metafórico de la “paternidad como amistad” y este “amor de amigos” se lleva directamente al ámbito de la relación padres e hijos, lo que suele ocurrir, es que los hijos ganan un amigo o amiga, al mismo tiempo que pierden a su padre o a su madre.

El amor en que se basa la paternidad, el amor filial, no es el mismo amor que se da entre los amigos, así como tampoco es el mismo amor que se da entre los miembros de una pareja. A diferencia de éstos, el amor filial, padres-hijos, no se da entre personas que son pares, que están al mismo nivel o a la misma altura. Padres e hijos no son iguales, ser adulto y ser niño o niña no es lo mismo. Reconocer y aceptar estas diferencias es fundamental en la relación de paternidad, condición que no se cumple cuando se trata a los hijos como amigos.

El rol de la familia y de los padres es la crianza y protección de los hijos. La educación, supone una relación donde los niños y niñas aprenden a vivir y a convivir en un medio social que les es desconocido, en un primer momento. El rol de los padres es acompañar y apoyar a sus hijos en una etapa de la vida en que éstos son absolutamente vulnerables, dándoles seguridad y afecto, creando las condiciones para que aprendan a adaptarse a este mundo en el que nacieron.

La crianza, el cuidado de un menor, no ha sido, ni es, ni será, una tarea fácil y sencilla, muy por el contrario, es quizás una de las labores más complejas, sacrificadas y de mayor responsabilidad, por las consecuencias que tiene, a las que nos vemos sometidos los seres humanos. De esto último deriva el temor que esta difícil tarea suele inspirar.

Que los niños y niñas aprendan a vivir y a convivir en un medio social, supone que tienen que aprender a distinguir lo que se puede y no se puede hacer en esta comunidad humana en particular. El hecho de vivir con otros requiere que impongamos ciertos límites a nuestras conductas, limitaciones que han pasado a constituir las normas sociales y las leyes, sin las cuales sería imposible nuestra convivencia social. Como sociedad, necesitamos que nuestras hijas e hijos, nuestros niños, conozcan la importancia de las limitaciones sociales, las comprendan, las valoren y respeten. Necesitamos que los niños y niñas aprendan a tolerar la frustración que supone el no poder hacer todo lo que uno quiere en un momento determinado. El no conocer la frustración, no aprender a tolerarla por no haberla experimentado, hace a los niños y niñas mucho más vulnerables al sufrimiento y a las llamadas “enfermedades mentales”, como la depresión y los trastornos de ansiedad.

El “poner límites”, “restringir la conducta”, “frenar nuestros deseos”, son ideas que, por diversos motivos, suelen tener una connotación negativa en nuestro medio. Por mucho tiempo, en nuestro país, la disciplina, la represión, la censura y el atentado a los derechos humanos más básicos fueron sinónimos. Para muchos padres, darles “plena libertad” a sus hijos es un principio fundamental. Algunos también creen que amar a los hijos supone dejarlos hacer lo que quieran, ser absolutamente incondicionales con ellos. Para otros padres, el sentirse culpables de estar todo el día fuera de casa trabajando los incapacita para ejercer cualquier tipo de autoridad. Lo mismo sucede cuando los padres se separan y se sienten culpables por el dolor que esta situación les generó a los hijos, ni hablar si además creen en los mitos de los “hijos de padres separados”.

El temor de los padres de “hacer sufrir” a sus hijos, de exponerlos a la frustración, de limitar sus actividades, de perder el cariño de éstos, de ser mal evaluados, de “traumarlos” o enfermarlos si los sancionan, hace en la práctica que los padres opten por ser “amigos” de sus hijos e hijas, tener con ellos una relación “muy buena onda”, opción que, muchas veces, tiene como costo dejar a estos niños sin un adulto que realmente los eduque, que los contenga, es decir, sin padres.

Los padres tenemos que aceptar lo ingrato que en ocasiones puede resultar ejercer nuestro rol. Nuestros hijos no siempre valorarán los criterios que tenemos para tomar ciertas decisiones que los afectan directamente, siendo esperable que así sea. Actuar como padres no es siempre una tarea gratificante en lo inmediato. Sin embargo, nuestros hijos necesitan tener padres que actúen como padres y no sólo como amigos.

Son muchos los jóvenes que tanto en mi experiencia clínica como académica me han manifestado ideas tales como: “Quisiera que mi papá en algún momento me dijera que no”, “Mis papás ni se enteran dónde estoy ni a la hora que llego, eso yo lo decido”, “Siempre me dieron todo lo que quería”, “Quiero una mamá y no una amiga que baile al lado mío en un pub”. Estas frases suelen ir acompañadas de expresiones de pena, dolor y también algo de rabia. Lejos de lo que pudiera pensarse, el adolescente no suele interpretar como amor el hecho de que sus padres le dieran total autonomía a temprana edad, sino como falta de preocupación, como dejación, como negligencia, como desinterés. Esta vivencia de “falta de amor” es la que suele estar a la base de nuestras enfermedades, de nuestros miedos y, en general, de todo aquello que nos hace sufrir, impidiéndonos disfrutar de la vida.

Creo que nuestra sociedad necesita con urgencia de padres y madres valientes, así como también de profesores y profesoras que se atrevan a complementar eficiente y eficazmente el rol educador de la familia. Necesitamos hombres y mujeres valientes que se atrevan a amar y una sociedad que esté dispuesta a asumir todos los costos que pueda implicar alcanzar este fundamental objetivo.



4 comentarios:

Anónimo dijo...

Los padres y madres valientes, no nacen, se hacen.... pero somos muy pocos los que asumimos que cada día es para aprender a ser mejores personas, para nosotros , para ellos,y para nuestro entorno, enfrentar nuestros temores y fantasmas, puede resultar muy doloroso, esa valentía ,la de mirar la vida como un desafío hermoso y no tragico,la de despertarse y no sentirse víctima de la vida, al contario sentirse viva,con el desafío de ser padres sanos, esa es la que cuesta encontrar por la vida........

Rodrigo Robert Zepeda dijo...

Usuario (a) anónimo (a): Agradezco tu inspirador comentario. Qué diferente sería vivir en medio de personas que trataran de cultivar la emoción que transmites, la conciencia sistémica que manifiestas y la responsabilidad que ello supone.
Creo que vivir la vida en plenitud consiste, entre otras cosas, en estar dispuesto a aprender, y para ello, tenemos que atrevernos a mirar y a escuchar, a los otros y a nosotros mismos.
Te invito a contagiar a otros con tu valentía y entusiasmo, para que cada día cueste menos encontrar a personas, padres y madres, que acepten el desafío de vivir sanamente.

Unknown dijo...

Estoy de acuerdo de que el amor entre amigos y padres y hijos tiene que ser de otra naturaleza y, es bien cierto, que en temprana edad se tienen que poner limites.
Pero la pregunta es ¿Hasta cuando?
Yo no veo la libertad como algo tan negativo, al contario, la libertad es fundamental para conocer y experimentar el mundo, la convivencia y nos hace comprender a esa.
Independencia y Responsabilidad son ambos criterios que no solamente se pueden enseñar, son características que se desarrollan a través de la experiencia pero solamente si los jóvenes tienen la posibilidad de conocer la vida, con todos sus peligros. Hay que decir que la autonomía no es lo mismo que la libertad. La autonomía es la capacidad de poder tener responsabilidad para sus propias acciones y por eso, la libertad, a partir de los 18 años, es fundamental para desarrollarla. La autonomía no es algo que se puede dar por los padres, es algo que hay que aumentar.
¿Como aprende un joven ser responsable de su propia vida si las decisiones las siguen tomando los padres?
Es por eso, porque en la universidad se encuentran con frecuencia gente que en realidad no tienen voluntad de aprender. Es porque estan haciendo algo que les opone la familia y no es algo que realmente quieren hacer ellos. Pero la pregunta “que es lo que quiero?” no es una preguntar facil de contestar y no se refiere solo a lo que quiero hacer, mas bien que a como quiero ver el mundo.
Muchas veces nos cuesta mucho distinguir entre lo que son los deseos nuestros y cuales son los de los padres, los amigos, la pareja, la sociedad, etc. ?
Para poder contestar esa pregunta es necesario dejar hacer su camino a los jóvenes a partir de cierta edad, dejarles experimentar la vida y desarrollar responsabilidades y autonomía a través de una vida real y no una vida sobre protegida hasta una edad avanzada. La capacidad de tomar decisiones y ser responsable para sus propias acciones no solo se enseña por la educación de los padres, se desarrollar a través de la oportunidad de tomar las decisiones y suportar las consecuencias , sean positivas o negativas, agradable o dolorosos.
Estoy de acuerdo de que, dejar hacer lo que quieran a los hijos, por el temor de destruir la “buena onda” de la relación, es incorrecto.
Pero si lo vemos de otro punto de vista, dejar a su hijo hacer su camino, aunque sea lleno de peligros y desesperanzas, también puede ser una gran demuestra de amor si es por el motivo de que darle la oportunidad de encontrar una respuesta a la pregunta “¿que es lo que quiero YO en mi vida?”.
No es fácil para los padres de darles a los mas queridos la oportunidad de ir lejos de ellos en un mundo lleno de adversidades, de ser completamente libres a partir de los 18 años para que desarrollan autonomía y entiendan que es lo que realmente quieren en la vida y en ese sentido la libertad me parece una hermosa demostración de amor.
Atentamente
Katharina Pittrich

Rodrigo Robert Zepeda dijo...

Katharina:

Comparto totalmente la idea de que la libertad es necesario educarla y que es fundamental que los padres preparen a sus hijos e hijas para que éstos sean capaces de vivirla plenamente. Este proceso de educar para la libertad no es simple ni breve, en términos legales, que no necesariamente coincide con el criterio psicológico, la mayoría de edad sólo se alcanza a los 18 años de edad.
Si asumimos esta edad como criterio, ¿significa esto que a los hijos hay que darles mayor libertad sólo a los 18 años?, ciertamente que no, pues aprender a actuar con libertad es un proceso gradual. De hecho, ya a los 3 años los niños y niñas empiezan a reclamar ciertos espacios de libertad, ellos desean tomar algunas decisiones y exigen tener ese derecho. Esa es la edad del oposicionismo, de algunas pataletas de mayor cuantía y del taimarse frecuente. Ya a los 3 años, e incluso antes, hay que empezar a cultivar el criterio de los niños y niñas, hay que acompañarlos en sus tomas de decisiones, hay que permitir que se equivoquen de vez en cuando en asuntos que no son riesgosos para ellos. Al mismo tiempo, ellos tienen que aprender que el mundo tiene un cierto orden, una cierta estructura, algunas normas que es necesario cumplir. Tienen que aprender que no pueden actuar como se les ocurre, por mucha libertad que tengan.
Este es un tema muy interesante y no quiero latear con todas las distinciones que se pueden hacer a partir de este punto, pero me parece que hay un criterio que suele funcionar bien, considerando diversas investigaciones y la experiencia de la vida cotidiana: apretar cuando pequeños y soltar gradualmente en la medida que crecen. La idea es que ojalá antes de los 18 años, el joven haya desarrollado un cierto grado de autocontrol y responsabilidad que le permita ejercer la libertad que recibe. Si se le ha tratado con respeto, con amor, habrá aprendido a ser respetuoso con los demás y consigo mismo, no teniendo ningún inconveniente en ser libre. Para él o ella, la libertad no será una amenaza, como lamentablemente lo es en muchas ocasiones, donde los jóvenes hacen todo lo posible por no ser libres y quedarse sólo en un juego de libertad que les dificulta mucho continuar su desarrollo.
Saludos y gracias por tus reflexiones,

Rodrigo.